“Virgencita que me quede como estoy”

La frase que da título a este artículo se ha convertido en una de las expresiones más reiteradas en las últimas horas entre los altos cargos del gobierno valenciano. Después de tanta insistencia entre medios de comunicación y de los círculos políticos de la inaplazable crisis de gobierno, el presidente de la Generalitat, Francisco Camps, prefirió finalmente por mover las cosas para realmente no cambiar nada…, o casi nada.

La remodelación de este jueves ha sido una oportunidad perdida para tratar de enderezar algunos de los inconvenientes originados en el seno del gobierno valenciano. Por un lado, ajustar la estructura del gobierno a la situación económica; en segundo lugar, para calmar las tensiones de poder entre Vicente Rambla y Gerardo Camps; y tercero, para engrasar la máquina de la acción política en la carrera descendente a la próxima convocatoria de elecciones autonómicas y municipales en mayo de 2011.

La tendencia que los gobiernos autonómicos del PP han marcado en los últimos tiempos venía caracterizada por una reducción notable de consejerías con la finalidad de reducir gastos y transmitir austeridad hacia la ciudadanía. Esos han sido los casos de Madrid, Galicia, La Rioja o Murcia.

El caso valenciano –con 13 consejeros- es más parecido al de Castilla y León, con 14, o al de los socialistas en Andalucía con 15 consejerías que al murciano con sólo nueve o al gobierno regional gallego, con diez.

Adelgazar el ejecutivo parecía una necesidad imperiosa en los tiempos actuales de crisis económica. El presidente Camps anunció durante la conferencia de prensa de la remodelación que se irán suprimiendo empresas públicas y fundaciones. Sin embargo, el mayor peso del gasto público recae sobre el capítulo I y capítulo II de los presupuestos de la Generalitat. Cuando se desgajaron algunas consejerías en 2007 se duplicaron estructuras de gestión y altos cargos, más propio de un período boyante de la economía que del actual.

Sin embargo, la decisión personal de Francisco Camps de dejar las cosas prácticamente como estaban tenga que ver con las tensiones de poder que se han vivido en el Consell desde hace tiempo y no haya querido prescindir de nadie. El estilo personal de Camps es el de un político conservador hasta en las formas, de acabar con el mismo equipo con el que empezó y de no dejarse influir por nadie ni por nada.

La actual remodelación da para un millar de interpretaciones sobre el reparto del poder, sobre si Rambla ha ganado o ha perdido peso en el círculo del presidente, si determinados consejeros merecían o no seguir ocupando un puesto de tal alta responsabilidad, etc.

A Vicente Rambla se le habrá restado presencia pública al optar por una buena conocedora del ámbito mediático, como es Paula Sánchez de León, quien se estrenó este viernes con dotes de finura y cintura, pero Rambla gana en protagonismo político al ocupar una de las carteras más importantes para la salida de la recesión, la de Industria.

El nuevo responsable de Industria será también el encargado de coordinar la acción de gobierno entre los diferentes departamentos, de mantener un estrecho contacto con empresarios y de participar en los inminentes procesos de renovación de las instituciones donde la Generalitat algo tiene que ver. Ahora bien, presupuestariamente dependerá de la consejeria de Gerardo Camps, con lo que la brecha que ha existido entre ambos podría agrandarse si antes no cicatriza.

Hasta ahora, Rambla y Camps, el vicepresidente, no habían trabajado en el mismo terreno, pero desde este viernes están obligados a entenderse porque van a compartir mesa y mantel más que nunca.

Finalmente, merece una atención especial la maquinaria política del actual Consell. Al equipo de gobierno le faltan consejeros con mayor contenido político, capaces de desplegar una oratoria más audaz y de afrontar la última parte de la legislatura. En los momentos más difíciles algunos altos cargos han desaparecido literalmente de la escena política y otros han tenido que encargarse del trabajo de los ausentes. La remodelación hubiera sido idónea para contagiar de nervio y vigor a una administración anquilosada en algunos de sus departamentos. Una remodelación que ha quedado en una coctelera que no hace espuma.