La historia del imperio otomano o turco resulta atractiva por una vertiente doble. Por un lado, porque es un modelo de ascenso y declive de un imperio esclerotizado que desde que se abalanzó sobre Constantinopla lo hizo a sabiendas de que era la capital del mundo conocido y que, siguiendo la profecía, debían de gobernar cuatro imperios antes de que el Reino de Alá se estableciera en la tierra.
Y, en segundo lugar, considero que es muy interesante saber qué ocurrió en las tierras gobernadas por el sultán para que en la actualidad sean las zonas del planeta de mayor inestabilidad. Desde el Norte de África, pasando por Oriente Medio, Irak, Siria, la actual Turquía, Líbano, el Cáucaso, los Balcanes, Grecia, etc. Las provincias administradas de la vieja Rumelia y Anatolia son en la actualidad territorios muy frágiles cuya explicación no obedece a una sola variable y trataré abordar las que yo considero más certeras.
El imperio y, concretamente, sus gobernantes se entregaron rápidamente al olvido y a los placeres terrenales en su harén, mientras que la tiranía era la forma elegida de gobierno.
Por ejemplo, en 1606, el sultán Ahmet I fue informado de la falta de fondos públicos para afrontar las necesidades inmediatas del ejército. «Las arcas del tesoro están vacías. ¿De dónde voy a sacar el dinero». «Del tesoro de Egipto«, fue la respuesta. El sultán replicó: «Esos dineros forman parte de mis fondos privados«, a lo que el muftí contestó: «Señor, tu glorioso antepasado, el sultán Solimán, antes de la campaña de Szigeth, destinó sus tesoros de oro y plata particulares a la hacienda pública». Ahmet arqueó las cejas y dijo: «Efendi, no comprendes nada. Los tiempos han cambiado. Lo que era conveniente entonces, no lo es ahora».
La mejor época del imperio correspondió a los diez primeros sultanatos de la dinastía, desde Osmán hasta Solimán el Magnífico, fallecido en 1566. De los 26 sultanes que siguieron a Solimán, a Selim se le conoció como el Borracho, Ibrahim era el loco y Abdul Hamid el Maldito. Muchos de ellos parecían ser mentalmente inestables. A eso hay que añadir que la tiranía de los sultanes no era sólo dura con el pueblo a quien gobernaban sino con sus familiares directos. La ley del fraticidio les aseguraba que no tuvieran tíos, primos, ni sobrinos que desafiaran su autoridad o que debilitaran su posición, por lo que eran normalmente asesinados, algo que ocurrió también en Europa pero no se dilató tanto en el transcurso de los siglos como sí pasaba en Estambul.
Según se cuenta, en 1640 Murat IV ordenó acabar con la vida de su hermano Ibrahim cuando sintió que se iba a morir, pero Ibrahim sobrevivió tras una furiosa disputa en el harén entre el valido cesante del sultán y su propia madre, convirtiéndose en el más demencial de los sultanes de esta familia cada vez más loca y enferma.
Aislados del exterior
Otros sucesores, como Osmán III llegaron a vivir aislados del mundo, en las mazmorras conocidas como la Jaula, durante 50 años rodeaddos de sordomudos y mujeres estériles. Cuando salió para gobernar tuvo serios problemas para articular palabra durante muchos meses, al igual que le ocurrió a Selim III o a Solimán II, quien estuvo en la Jaula durante 39 años, y durante su reino de 30 meses pidió muchas veces que le permitieran volver a vivir a su prisión.
Otro de los factores a tener en cuenta es que la perpetua lucha contra la Persia chií contribuyó a desvalijar las arcas del Tesoro. Solamente la guerra era la perfecta excusa para subir los impuestos, de los cuales una cuarta parte era para cubrir los gastos del sultán y de su palacio. A diferencia de sus vecinos austríacos y rusos, los otomanos no tuvieron una organizada estructura de mando, un sistema eficaz de recaudación de impuestos y una moderna concepción de la guerra.
Cuando un terreno era conquistado, españoles, franceses, británicos, rusos, etc., empleaban al ejército como base para el establecimiento de personas en los territorios, con el fin de cultivar y pagar luego impuestos con lo que pagar la maquinaria de guerra. En el caso otomano, la colonización era dejada a la iniciativa individual, además de carácter nómada, con lo que al transcurrir de los siglos se quedó completamente anticuada y supuso la pérdida de autoridad directa por los territorios lejanos.
Corrupción
Los gobernadores provinciales o beylerbey que controlaban las regiones enteras y las recaudaciones de impuestos cayeron a la tentación del dinero, comenzaron a recaudar al margen legal y crearon redes de corrupción que eran un contrapeso al poder central de Estambul que sólo era capaz de hacer estimaciones de lo que cada región debía aportar financieramente pero sin ningún tipo de criterio o control.
A medida que la gente común se hacía más pobre hubo otros que se hicieron más ricos, pero estas desigualdades económicas tuvieron una gran diferencia respecto a las aristocracias occidentales. En Inglaterra, los ricos acabaron invirtiendo en comercio, las finanzas y en sectores productivos, mientras que los otomanos aspiraban a retener la riqueza como un botín que había de atesorarse en resplandecientes montones.
Creo yo que esta forma de proceder también ha llegado a nuestros días, sobre todo en las zonas más pobres del planeta, donde los corruptos dirigentes políticos y sus acólitos aspiran a amasar grandes fortunas, logradas además ilegalmente, en lugar de reinvertirlas en el progreso social.
El Imperio otomano tenía una economía al servicio de la guerra, donde el comercio no fue considerado relevante hasta el siglo XVIII y donde además estaba en manos de los judíos, armenios y griegos.
Maquiavelo llego a decir que el Imperio otomano era difícil de conquistar, pero fácil de mantener. Y de hecho, la conquista fue desde dentro hacia dentro, no desde fuera hacia dentro.
La descomposición final llegó por la oposición del gobierno otomano a las débiles muestras de identificación nacional. Albaneses, griegos, serbios, búlgaros…, venían siendo jaleados por sus vecinos europeos a las nuevas corrientes de independencia. Los otomanos se mostraron desconcertados ante las revueltas nacionalistas y respondieron a través de auténticas masacres y pocos esfuerzos se hicieron por detenerlas.
Levantamiento militar
No fue hasta principios del pasado siglo, con un levantamiento de oficiales del ejército, cuando llegaron las primeras elecciones. Pero en aquel momento, tras la Conferencia de Berlín, el imperio Otomano había perdido la mitad de su territorio, y una quinta parte de su población de solo un plumazo. Británicos, rusos y alemanes se empezaron a repartir un jugoso botín por los intereses estratégicos de cada uno. Rusia por su deseo de seguir expandiéndose hacia Europa, hacia el Mediterráneo y Europa Central, mientras que británicos querían tener un control de acceso a las colonias en el sudeste asiático. Y con los alemanes porque de allí surgiría el pacto secreto con ellos para la Primera Guerra Mundial que supuso la puntilla final para el Imperio. El 4 de noviembre de 1922, el último sultán aceptó por vez primera en 600 años las decisiones de sus ministros, solicitó un salvoconducto a los británicos para exiliarse en San Remo donde pasó sus últimos días hasta su muerte en 1926.
En estos días, al igual que en los últimos dos años y medio, hemos visto como en Egipto, Siria, Libia, Yemen o Túnez, ha habido revueltas sociales contra unos regímenes que heredaron a la perfección la forma de gobierno de los gobernadores que regían sus designios en los últimos siglos. Al igual que el ejército se sublevó contra el sultán en Estambul en las primerías del siglo XX, éste ha sido un fenómeno constante en estos territorios desde entonces, como también puede comprobarse en el plazo dado por el ejército al gobierno de Egipto presidido por Morsi para reconducir el país.
En conclusión, hay una gran influencia de los modos otomanos en la situación que afecta a estos países 700 años después desde el nacimiento del Imperio. Creo además que no se puede metodizar la implantación de la democracia en cada territorio, porque no se trata de convocar unas elecciones y ya está. Debe haber un proceso paralelo de educación democrática donde todas las partes intervinientes sepan lo que es aceptable e inaceptable en un estado de derecho. Mientras eso no ocurra y a pesar de la existencia de otros factores que contribuyan a pretender abrazar la democracia, como una mayor clase media, desarrollo económico, alfabetización, nuevas tecnologías, etc., estos países experimentan los procesos sucesorio de la misma manera que pensaban los sultanes del pasado: «un imperio o país es como una novia, cuyas atenciones no se pueden compartir».