Lee Kuan Yew fue el encargado de sacar a Singapur de la pobreza y subdesarrollo para convertirlo en uno de los países con mayores niveles de renta de Asia. De hecho, la renta per cápita actual de aquel país duplica ahora a la española. Singapur constituye junto con China los dos ejemplos que en la ciencia política se han utilizado para rebatir a Martin Lipset y su correlación de riqueza y democracia. Lo curioso del caso es que cuando Lipset publicaba su famoso ensayo «Some Social Requisites of Democracy», Lee Kuan Yew tomaba las riendas del pequeño país del sudeste asiático y en cuestión de 20 años encendió el debate nuevamente entre los teóricos de la ciencia política.
El último libro del ex primer ministro de Singapur, «The Grand Master’s Insights on China, the United States, and the World«, es una provocación constante, donde aunque peca del buenismo de algunos liberales, no se anda con rodeos sobre algunas ideas preestablecidas en occidente sobre el orden internacional, el futuro de China y EE UU, la democracia, el multiculturalismo, el emprendedurismo y las claves del milagro económico en Singapur.
No piensa que EE UU vaya a ocupar un papel por detrás de China en el siglo XXI, al igual que afirma que China ha aprendido de experiencias del pasado como la de la Unión Soviética que por querer disputarle a EE UU la carrera armamentística terminó en la bancarrota y la desintegración del país. «China ha calculado que necesita 30, 40 o 50 años de paz y tranquilidad para crecer, levantar su propio sistema y adaptarse al sistema de mercado. Los líderes chinos han aprendido que pretender competir con EE UU en armamento es una tarea infructuosa, así que lo mejor es agachar la cabeza y sonreír durante 40 ó 50 años más». A esta estrategia la ha bautizado como el «renacimiento pacífico».
La diferencia de la actual China respecto a su pasado imperial es que si en aquella época no necesitaba preocuparse del resto del mundo, ahora sí que lo hace porque sin los recursos de otras zonas del planeta, como petróleo, níquel o cobre su crecimiento se detendría. Se ha hablado de la presencia de China en innumerables países africanos como Nigeria, Angola o Sudán, pero mientras en Afganistán los estadounidenses se juegan la vida donde ya han fallecido más de 2.200 de sus compatriotas, ningún chino ha perecido allí porque China nunca ha enviado un soldado allí. Frente a la estrategia de «hard power» de los EE UU se contrapone la política china del «soft power» en un país donde ya se han hecho con los derechos de explotación de la reserva de cobre más grande del mundo en Mes Aynak. Y además, ahora están construyendo una carretera y una línea de ferrocarril para facilitar la extracción. Pragmatismo absoluto.
Afirma que las claves del crecimiento chino residen en ser competitivos a través de la educación de su juventud, seleccionar a los mejores en ciencia, tecnología, economía y gestión de empresas y, por supuesto, el aprendizaje del idioma inglés.
Sin embargo, pese a los progresos de China en los últimos 30 años, Lee dice que tiene ante sí varios «obstáculos» que superar, el principal de ellos la ausencia del estado de derecho y la corrupción generalizada. El idioma chino «resulta muy difícil para los extranjeros», lo que representa otra barrera para atraer talento foráneo.
Mientras Singapur comparte con China muchos de los principios filosóficos del Confucianismo, una de las primeras iniciativas que emprendió para abrir Singapur al mundo fue la de establecer el inglés como idioma oficial frente al chino mandarín. Admite que se encontró con gran oposición pero “era la única manera de subirnos a la corriente de innovación y creatividad en el mundo”. Lo cierto es que esta iniciativa debería dar mucho que pensar a los líderes políticos en Europa y, especialmente en países como España, que por la falta de una mayor cohesión hemos visto mermada nuestra competitividad en el mundo.
A su juicio, el inglés le concede una gran ventaja a EE UU sobre China. “El uso del inglés le permite a Estados Unidos atraer millones de anglo hablantes con talento desde Asia y Europa”. EE UU sigue siendo para muchos el país de las oportunidades para los inmigrantes y eso es algo que no ocurre con China, donde dominar su cultura e idioma es harto complicado.
Una de las afirmaciones categóricas del fundador del moderno Singapur es que ni China será democrática, ni habrá un nuevo Tiananmen. “Para conseguir la modernización de China, los líderes comunistas están preparados para intentarlo todo, excepto el sistema democrático multipartidista de una persona, un voto”, asegura. “El Partido Comunista de China debe tener el monopolio del poder para asegurar la estabilidad porque piensan que la democracia sólo les llevaría al caos y a la inestabilidad por la falta de control del centro con la periferia, lo que llevaría a horribles consecuencias como el resurgimiento de los ‘señores de la guerrra’ de los años 20 y 30 del siglo pasado”.
China no le discutirá a EE UU la supremacía. De hecho, a China le interesa que a EE UU siga siendo el “gendarme mundial” porque de este modo le permite actuar en defensa de sus intereses nacionales. “A China no le interesa cambiar el mundo. Solamente habrá una lucha por la influencia. China necesita a los EE UU, a los mercados de EE UU, la tecnología de EE UU, y tener estudiantes que mandar a las universidades norteamericanas para aprender la forma de hacer negocios y cómo mejorarla. Si China discutiera con EE UU, se le cerrarían todas las puertas de acceso y eso es algo que no querrá nunca”. A diferencia de las relaciones EE UU-URSS de la Guerra Fría, ahora no hay ningún conflicto ideológico entre ambas potencias, más bien se trata de una relación cooperativa y competitiva”. Aquí coincido con el autor y ciertamente creo que los dos países serán competidores antes que adversarios y podrán coexistir en el actual “balance de poder”.
Su visión de la democracia
Lee Kuan Yew no gobernó Singapur en el modelo tradicional de democracia liberal como ya he apuntado anteriormente y cree igualmente que la democracia no supone ninguna panacea. Si bien es cierto que alguna de las imperfecciones que le atribuye a la democracia son conocidas, también lo es que la democracia es el único sistema garante de los derechos y libertades de los ciudadanos. “Yo no creo que se pueda imponer en otros países normas y estándares que les son extraños y desconectados con su pasado. Con 5.000 años de historia, China no ha conocido ninguna forma democrática de organización, pero ahora bien sus dirigentes saben que para ganarse el respeto en el mundo han de progresar en el respeto de los derechos humanos”.
En su opinión, “cuando gobiernas en democracia, para ganar votos y a tus oponentes tienes que prometer y dar más a tus electores, por lo que al final el gobernante se sitúa en el núcleo de un remolino de subasta interminable con un gran coste, el déficit y la deuda para la siguiente generación”. Desconozco si esa teoría del voto es imperante en las democracias asiáticas, pero no la veo aplicable a Europa, donde la ideología y el “cleavage” derecha-izquierda sigue definiendo la orientación del voto en cada proceso electoral aunque también es verdad que una parte nada desdeñable del electorado es pragmático y a partir de sus intereses individuales o colectivos deposita el voto para una opción u otra.
Resulta llamativo que Lee Kuan Yew se defina como “liberal” en la terminología europea y al mismo tiempo defienda que, en ocasiones, los estados precisan más de “disciplina que de democracia”. Esta fórmula la defiende para los países en vías de desarrollo donde “la exuberancia de la democracia conduce a la indisciplina y al desorden tan fatídicos para el desarrollo. La forma de comprobar si un sistema político es útil para una sociedad es comprobar que mejora la calidad de vida de la mayoría de sus gentes, además de garantizar el máximo de libertades personales compatibles con las libertades de otros en sociedad”. Aquí se encuentra la esencia teórica de la construcción del moderno Singapur y la fórmula que Lee Kuan Yew empleó desde 1960 hasta 1990.
Para fortalecer su idea pone el ejemplo de Filipinas, un país con un modelo constitucional inspirado en el de EE UU y que, según él, no le está funcionando bien. “En Filipinas habrá separación de poderes, pero un país que está desarrollándose necesita un gobierno fuerte para enfrentarse al desorden, como ocurrió en Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong o Singapur. Si estos países hubieran condicionado su destino al de una constitución, hubieran sido ingobernables”.
Su diatriba a la democracia le sirve para responsabilizarla de todos los males que aquejan a los EE UU y, por ende, a las sociedades occidentales. “Ley y orden fuera de control, la multiculturalidad, manifestaciones, drogas, armas, raptos y crímenes, pobreza en medio de la riqueza, excesos derechos del individuo a costa de la comunidad. En EE UU, los intereses de la sociedad han sido sacrificados a causa de la sobreprotección de la sociedad para sus delincuentes”.
Como he comentado es un autor agudo que lleva a la reflexión el modelo de sociedad occidental, sobre la que nos asentamos, empleando para ello argumentos elocuentes pero para los que no existe una solución intermedia. A Europa, la democracia la ha llevado al desarrollo y a una convivencia pacífica como no había conocido nunca antes, más allá de la protección, ciertamente sobreprotección, de sus ciudadanos.
Al igual que sostiene que la democracia liberal no le vale a los países en crecimiento y que es un error la imposición de valores y principios por parte de Occidente al resto del mundo, tampoco es convincente el empleo de sus fórmulas a todas las regiones del planeta. Por ejemplo, sólo cuando Sudáfrica abrazó la democracia y aparcó las políticas del “apartheid” en favor del respeto de las libertades y derechos de todos sus ciudadanos, salió del “aislamiento”.
Aparte de su denuncia a la descomposición de la sociedad civil en los Estados Unidos y de una creciente cultura de derechos, admite haber importado de aquel país su modelo de importación de talento que le ha servido tanto a Singapur en los últimos 40 años.
Me gusta la facilidad y la claridad con la que Lee Kuan Yew se explica y su forma de entender el mundo. Como aquella frase que en su día Samuel Huntington le dijera a Fareed Zakaria, “si usted le dice a la gente que el mundo es complicado, no está haciendo su trabajo de científico social. La gente ya sabe que el mundo es complicado. Su trabajo consiste en destilarlo, en simplificarlo y dar una poderosa explicación a cada fenómeno”.
Creo que Lee Kuan Yew lo consigue con su libro. Una lectura recomendable para quienes desean tener la visión de un estadista asiático sobre el contexto internacional, y para cualquier líder político que quiera conocer de qué forma aplicó recetas de puro pragmatismo para sacar a Singapur de la pobreza, sobre todo, en momentos de crisis, donde sobra ideología y se echa en falta mayor sentido común.
No es de extrañar que los tres héroes políticos de Lee sean Charles de Gaulle, Winston Churchill y Deng Xiaoping, el líder chino que inició la reforma económica en la década los 80. La explicación a su admiración personal es que cada uno de ellos sostuvo una mano débil en un momento crítico en la historia y, a través de agallas y determinación, lograron ganar. Al igual que sus tres héroes, Lee Kuan Yew comenzó con una mano débil en Singapur, pero al comprobar los resultados, ha demostrado ser un hombre sabio para el mundo.