Después de 12 años y de muchas luchas internas, los conservadores británicos afrontan su futuro más inmediato. Los problemas por los que pasaron los conservadores son los que afectan actualmente a los miembros del PP en España o a los Republicanos en Estados Unidos. El ascenso de David Cameron debería hacer reflexionar al PP en España y a Rajoy sobre su estilo.

El Cameronismo es la alternativa natural a las políticas tecnócratas de Barack Obama y que a diferencia del dirigente norteamericano que defiende a los tecnócratas en el gobierno, Cameron prefiere defender a todas las instituciones en sociedad, como la familia, asociaciones, la Iglesia y cualquier otro colectivo que podamos imaginar.

Un pragmático comunitarismo está presente en las políticas de Cameron. El dirigente político es partidario de defender las instituciones locales, desde los colegios más competitivos a las pequeñas oficinas de correo, cuyas contribuciones a la cohesión de la sociedad eran invisibles en las políticas de Thatcher.

Cameron se ha concentrado en hacer el conservadurismo mucho más atractivo y cautivador para los individuos. De hecho, Cameron pasa un montón de tiempo elaborando sus propios videos de Internet.

Por otro lado, trata de ser conservador en los temas sociales. Así, el pasado año respaldó sin éxito una iniciativa para recortar los límites del aborto. Igualmente ha sido un oponente a los derechos de los homosexuales. Sin embargo, desde que asumió el liderazgo del partido, se ha convertido en partidario de respaldar las uniones civiles entre parejas gays.

Su conservadurismo se asemeja bastante al de Schwarzenegger en California. La modernización le supuso dejar de ser conservador de una manera deliberada. El nuevo enfoque implica formular argumentos conservadores que en el pasado hubiesen sido mal interpretados o mal entendidos. De este modo, pueden hablar de reformas sanitarias sin ser insultados, de inmigración sin ser racistas y de matrimonios sin ser mojigatos.

El matrimonio es una obsesión particular de Cameron.Tal vez por su experiencia personal, por la angustia del fallecimiento reciente de su hijo. Quizás esté interesado en el matrimonio como una cuestión intelectual, pero rara vez hace un gran discurso sin insistir en la necesidad de reforzarlo.

Cameron mantiene una fotografía en la pared de su despacho parlamentario de Harold Macmillan, el primer ministro tory que dominó la política británica en la próspera década de los 60. El Macmillanismo es su referencia. Aunque Cameron declara ser “un gran fan” de Thatcher, realmente es una sutil alabanza. Lo que realmente es, es un fan del thatcherismo, de la reforma de los sindicatos y la mayoría de las privatizaciones, que se han convertido en políticas de consenso.

Thatcher fue una científica y, a continuación, una legisladora de impuestos. Su gabinete estaba repleto de hombres que entraron en la política a edades maduras después de haber hecho sus carreras profesionales en empresas. El Partido Laborista, por su parte, es una mezcla de la universidad y trabajadores. Por el contrario, los jóvenes conservadores son trabajadores que luego son nominados para los escaños parlamentarios.

Cameron se ha definido en ocasiones como “heredero de Blair”. Presumiblemente, no se estaba refiriendo a Irak, una guerra que Cameron respaldó, pero que nunca apoyó con énfasis. Irak dividió a los laboristas en dos. Cameron supo jugar estas divisiones con habilidad, mientras intentaba no dar la impresión de arriesgar las relaciones especiales con los Estados Unidos. Ante el quinto aniversario de los ataques del 11-S, ofreció un discurso en Londres en el que defendió una sólida relación con los Estados Unidos sin llegar a ser dependientes de ellos. Dos años después en Pakistán, Cameron señaló que “no podemos imponer la democracia a punta de pistola” y que no se puede implantar la democracia a 10.000 pies de altura.

El pasado mes de junio, el dirigente conservador criticó las investigaciones laboristas sobre los orígenes de la guerra de Irak por no ser lo suficientemente abiertas. Una de las quejas más comunes entre las filas conservadoras respecto a Blair como primer ministro es que abandonó la tradición británica del gabinete por una especie de corte real.

De todas las personas que asesoran a Cameron, hay que destacar a su director de comunicaciones, Andy Coulson, quien fue director del periódico sensacionalista News of the World. Coulson es reconocido por traducir la agenda de Cameron en términos que el público no urbano puede entender: menos sobre medio ambiente y más sobre inmigración. Menos sobre responsabilidad social y más sobre descomposición social. Cameron hace de su unión con la cultura popular una fuente de orgullo. Por ejemplo, cuando se reunió el pasado verano con Barack Obama, le regaló uno de sus CD favoritos con música de Smiths, Radiohead y Lilly Allen.

Hay un choque de estilos e incluso de culturas políticas que se plasman durante la media hora de cada miércoles en las sesiones parlamentarias. En ellas, Cameron suele liderar los ataques contra Brown, aunque él insiste que lo importante no es ganar en los periodos de sesiones, sino ganarse el afecto de la gente.

Cameron es la clase de políticos que a los británicos les gusta. Brown es la clase que ellos manifiestan preferir aunque realmente no es así. Brown trata de construir sus mensajes a través de argumentos lógicos atiborrados de datos. Al contrario, Cameron busca sucintamente humillar a Brown.

Después de una década y media de primacía laborista en la economía, Cameron destaca sobre Brown en las cuestiones económicas. De hecho, el enfoque de Cameron tiene más en común con las políticas que Angela Merkel practica en Alemania que con las explícitamente keynesianas seguidas en los Estados Unidos y por ahora en Gran Bretaña. Además, Cameron acusa a Brown de convertir el país en el más endeudado del planeta. Si bien al principio respaldó al actual primer ministro en el rescate de los bancos, realmente le ataca en sus planes de estímulo que endeudan enormemente al país.

Actualmente, Cameron está a 17 puntos por encima de Brown, de acuerdo con las encuestas realizadas a mediados de junio, pero con sólo el apoyo del 35 de por ciento de los británicos. Ésa cifra es más baja que el 45% de los encuestados que no considera a los conservadores preparados para gobernar.

A diferencia de los Estados Unidos, donde la crisis económica ha conducido a la gente a replantearse sus creencias de que el gobierno es más un problema que una solución, en Gran Bretaña los políticos más desacreditados están situados en la izquierda. Así, las políticas alternativas en las que la gente empieza a creer son muy diferentes: libertarias y sospechosas de las administraciones.

En el momento más álgido de los escándalos del pasado mayo, Cameron dio un discurso en la ciudad de Milton Keynes en el que manifestó que: “necesitamos una masiva y radical redistribución del poder, del estado a los ciudadanos, del gobierno al parlamento, a las comunidades, de Bruselas al Reino Unido, de los jueces a los individuos, de la burocracia a la democracia… nosotros debemos coger el poder de la élite política y trasladárselo a los hombres y mujeres de la calle”.

El Reino Unido está preparado para el Nuevo Conservadurismo, para comprobar si es un conjunto de eslóganes de marketing o una ideología de gobierno que puede sacar al país fuera de la crisis económica más grave de los últimos tiempos.