La pasada semana el ejército sirio traspasó una vez más los límites con su incursión en territorio turco. Provocación o no, más bien pienso que sí, Bashar al-Assad, ha pasado de masacrar el pueblo sirio a dar una vuelta de tuerca en el desequilibrio del balance de poder de la región.
Turquía tiene una fuerza militar considerable y como miembro de la OTAN que es podría acudir al amparo de la misma para buscar una respuesta a la agresión siria, pero EE UU no quiere.
El presidente Obama no quiere meterse en nuevos conflictos a pocas semanas de las eleccciones presidenciales en Estados Unidos. Pero conociéndose la inoperancia del consejo de seguridad de la ONU, reflejado actualmente del mismo modo que ocurrió en Kosovo, Irak o más recientemente en Libia, la OTAN ya tiene el pretexto adecuado para tratar de derribar a al-Assad del poder.
La cuestión a dilucidar es saber cuándo llegará ese momento. Turquía cuenta los días en el calendario, al igual que lo hace Arabia Saudí y otros estados del Golfo. Todos esperan a Godot, el personaje que nunca aparece de la obra de Samuel Beckett.
Pero creo que Godot, personificado en EE UU, al final terminará por llegar porque hay razones legales para ello, como el Capítulo VII de la Carta de Naciones Unidas que establece el derecho de la legítima defensa y a la intervención cuando se pone en peligro la seguridad internacional, y desde luego Bashar al-Assad constituye una grave amenaza en una zona del mundo muy sensible.
Lo lamentable de todo ello es que hasta que llegue Godot las víctimas inocentes del déspota al-Assad seguirán aumentando día tras día.