Creo que los que se dicen llamar defensores de los animales están tratando llevar algunas de sus pretensiones a límites tan ridículos como el que he conocido este fin de semana en Valencia, donde enarbolando la bandera contra el maltrato animal, mensaje que suscribo personalmente, se han manifestado contra los carruajes que se utilizan para pasear a los turistas.

Las soflamas de la protesta alentaban contra el uso de los animales, la abolición de la esclavitud animal y reivindicaban el derecho de todos a ser libres y vivir de tal modo. Es decir, en lugar de colocarse en medio de una avenida llena de coches, apestando a humo de tubo de escape, donde el CO2 se entremezcla en la atmósfera, eligen un lugar turístico para que los guiris se vuelvan felices a sus países pensando en lo graciosos que son estos españoles, a quienes parece no preocuparles la crisis económica, los cuatro millones de parados, el cierre de miles de empresas, las familias que se quedan sin hogar, etc.

Empezamos hace unas semanas con la prohibición de las corridas de toros en Barcelona y ahora quieren prohibirnos el uso de los coches de caballos.

Está claro que la visión “ecocéntrica” del estado invita más al escepticismo que a la adhesión y, aunque ha influido en las políticas medioambientales de conservadores, liberales y socialistas, los ecologistas no han demostrado tener una solución para problemas como el calentamiento global y las posturas de las principales democracias liberales de continuar con el desarrollo económico.

El movimiento verde ha sido incapaz de generar alternativas a la forma de sociedades industrializadas en las que vivimos.

Quienes defienden a los animales caen en el error, en numerosas ocasiones, de adoptar una perspectiva tan pasiva de considerar a los seres humanos iguales que las hormigas o al virus del SIDA, por citar dos ejemplos.

Yo, como escéptico “ecocentrista”, pienso que es sumamente difícil traducir esa equiparación de derechos en la vida social, política y en la práctica jurídica, pues cómo vamos a atribuirle derechos a quienes no son humanos, cuando no pueden corresponder del mismo modo.