La Estrategia de Seguridad Nacional, bajo el síndrome Alicia

Estrategia de Seguridad Nacional olvida la presencia militar española en Afganistán

Después de leer y releer la “Estrategia de Seguridad Nacional” presentada por el Gobierno el pasado viernes sinceramente creo que para elaborar este documento, cargado de retórica, lo mejor hubiera sido no hacer nada y haber dejado las cosas como estaban.

La seguridad nacional no debiera ser pasto del consumo ideológico pues básicamente su labor consiste en identificar las amenazas internas y externas existentes en un estado para defenderse a sí mismo y a su población. Pero en el caso español y con sólo observando el nombre se comprueba el matiz doctrinal del informe actual y de su predecesor en 2011. De la “Estrategia Española de Seguridad” de hace dos años, se ha pasado a llamar “Estrategia de Seguridad Nacional” ahora en 2013. La única huella ideológica debería haberse dejado para el apartado de soluciones a las distintas amenazas, pero en el documento recién aprobado sólo se respira buenas intenciones.

Una estrategia de seguridad nacional debe partir de un conocimiento del lugar que España, como estado, tiene en la comunidad internacional, describir las acciones emprendidas para enfrentar sus amenazas y las que prevé emprender en el futuro.

Sin embargo, el documento actual no deja de ser una autocomplaciente carta de propósitos repleta de vaguedades e inconcreciones como si quienes dirigen actualmente el destino de España tuvieran una alteración de la realidad.

Está claro que España no es una gran potencia, pero debiera ser una potencia mediana, lo que en el ámbito de las relaciones internacionales se conoce como “middle power”. No obstante, para llegar a serlo hay que ejercerlo, creérselo y hacérselo creer al resto de vecinos. El comportamiento actual del país, debilitada por la crisis económica y la falta de iniciativas o de compromisos en el contexto internacional, provocados también por el acatamiento entusiasta de las deliberaciones de las instituciones internacionales a las que España pertenece, nos ha convertido en mero espectador de lo que acontece a nuestro alrededor. Y lo peor de todo, es que parece que a España le gusta ese papel. Desde la Conferencia de Paz de Madrid de 1991, no ha ejercido España un papel de “potencia mediana”.

De hecho, según Andrew Cooper, Richard Higgot y Kim Nossal, cuyos estudios se han centrado en el comportamiento de las “potencias medianas”, esta clase de países se caracterizan porque tienen iniciativa en promocionar asuntos de interés global, facilitadores para la creación de coaliciones y promotores de normas y reglas institucionales dentro de sus regiones. En este sentido, la política exterior de España se tendría que caracterizar por su capacidad para tender “puentes” entre facciones opuestas dentro de la comunidad internacional y desempeñarse a fondo para conseguir estos objetivos, en lugar de llegar tarde y mal.

Canada y Australia suelen ponerse como ejemplos de esta clase de países. A España le correspondería también estar entre este grupo de países, pero su política exterior que siempre ha abrazado sin protestas la agenda de las organizaciones internacionales a las que pertenece como ONU, UE, OTAN, etc., empequeñece nuestro status, nuestro papel internacional y nuestro comportamiento como estado.

De este modo, nuestra Estrategia de Seguridad Nacional aparece como fiel reflejo de la posición de España en el mundo. Pese a que el documento es ambicioso en la cantidad de frentes que aborda, realmente España no tiene margen de actuación.

Ausencias en la Estrategia

El informe no habla del papel que España está teniendo en la guerra de Afganistán en la que participamos desde hace más de diez años como ejemplo de lucha contra el terrorismo y para proteger nuestra seguridad nacional. Tampoco se menciona la presencia española en Líbano y en otros escenarios de conflicto.

Mientras que se recogen otras amenazas, se analizan en general de forma muy superficial. Por ejemplo, la alusión directa a Al Qaeda sólo se efectúa en una ocasión. Tampoco se contextualiza esta clase de riesgos con sucesos trágicos como fue el 11 M, el atentado islamista más grave de la historia de Europa y, por supuesto, de nuestro país. Pienso que es grave que un hecho como aquel que demostró las grandes vulnerabilidades de nuestra seguridad nacional, no aparezca reflejado en el nuevo documento.

Si se leen las estrategias similares de EE UU o Reino Unido, se comprobará que los atentados del 11-S en Nueva York o del 7- J en Londres han marcado mucho las políticas de seguridad nacional de dichos países. No hacerlo o mirar para otro lado es un claro ejemplo de distorsión de  la realidad y de no percatarse de la misma.

Por ejemplo, la rápida intervención francesa en Mali a primeros de año vino acompañada por una torpe reacción española cuando lo deseable hubiera sido lo contrario, sobre todo porque junto con Francia somos el primer país occidental en beneficiarnos de un Sahel estable.

Seguridad humana

Una perspectiva de seguridad nacional en las democracias liberales es coincidente con la perspectiva de la seguridad personal, es decir, aquella dirigida a proteger a la población. De hecho, desde una perspectiva hobesiana, el estado, erigido como “Leviatán”, es resultado de un gran acuerdo de los individuos que desean vivir en sociedad para que éste les garantice protección y seguridad fuera de la “guerra de todos contra todos” con la que se caracteriza el estado de naturaleza.

Sin embargo, en otros estados, sobre todos los conocidos como “débiles” o de carácter “fallido”, como son los casos del citado Mali, Somalia, Chad, Sudán, Afganistán, el estado ha perdido toda la capacidad de protección de sus ciudadanos, o como ocurre en regímenes totalitarios o “policiales”, la seguridad nacional se solapa con la seguridad de sus líderes. Pues bien, ese modelo de seguridad humana, la protección de los derechos humanos, la R2P (responsabilidad para proteger) y la protección de las minorías están completamente ausentes en el documento aprobado el viernes 31 de mayo.

También se obvia en la Estrategia que la UE no es una organización regional de seguridad como lo puede ser la OTAN o la Unión Africana. La UE nació como marco comercial y económico que contribuyó a preservar la paz en el continente como nunca antes había ocurrido, pero si tal como está estructurada ofrece problemas para la toma de decisiones respecto a la crisis económica, las dificultades serían mucho mayores a la hora de debatir sobre conflictos.

Ejemplo de ello lo hemos visto recientemente con la continuidad o no del embargo de armas a Siria. Como viene siendo tradicional, la UE se mostró dividida y finalmente cada país decidió actuar de forma independiente. Por tanto, delegar en la UE parte de nuestra seguridad nacional resulta inútil.

Si se coge una fuente de información como el mapa de riesgo político de AON,  se comprobará que sitúa en España una serie de amenazas internas que la Estrategia de Seguridad Nacional no ha sido capaz de identificar. Por un lado, menciona las amenazas de independencia por parte de Cataluña y, por otro, las protestas antigubernamentales contra los recortes y medidas de austeridad, como contra la corrupción política. A ello hay que añadir el hecho de que hasta que ETA no deponga las armas, no la califica como acabada.

Sin embargo, considerar a ETA derrotada como hace la nueva Estrategia e ignorar a otros actores no estatales solamente puede arrastrarnos a una contemplación melindrosa de la realidad por parte de nuestro gobierno y de quienes quieren pretenden hacernos vivir en la España de “Alicia” alejada de la realidad.