La masacre de Babi Yar, 70 años después

Dos adolescentes juegan en el barranco de Babi Yar

Hoy es 18 de marzo de 2013. Me encuentro en Babi Yar, en la parte noroccidental de Kiev. Dos quinceañeras se divierten con su mascota, ignorando posiblemente el lugar donde se encuentran, en el fondo del barranco de Babi Yar, el mismo sitio donde se perpetró en 1941 una de las mayores atrocidades de la Segunda Guerra Mundial y, al mismo tiempo, la más desconocida: 40.000 judíos fueron fusilados en sólo dos días. Aquí fue la primera vez que se ensayó el exterminio masivo y organizado de los judíos por parte de los nazis, en una escala y ritmo sin precedentes hasta el momento.

El domingo 28 de septiembre 1941, diez días después de la ocupación nazi de Kiev, el periódico «Palabra de Ucrania», explicaba que los judíos ricos habían huido abandonando a cientos de miles de compatriotas. Ese mismo día, se colocó en decenas de muros de la ciudad el siguiente cartel: “Todos los judíos que viven en la ciudad de Kiev y en su vecindad deben presentarse a las 8 de la mañana del 29 de septiembre de 1941, en la esquina de las calles de Melnikovska y de Dorogozitska. Deben llevar con ellos sus documentos, dinero, objetos de valor, así como ropas, ropa interior, etc. Cualquier judío que no acate esta instrucción será ejecutado”. 

Carteles obligando a los judíos de Kiev a congregarse el 29 de septiembre

El anuncio no estaba firmado, pero contaba con la aprobación del  jefe alemán del Sonderkommando (comando especial) 4a del Einsatzgruppe C, Paul Blobel. Ese mismo día informaron desde Kiev a Berlín de las explosiones consecutivas de edificios y barrios minados. Por ejemplo, Kreshatik, la arteria principal de la ciudad, quedó completamente destruida por las minas. El Hotel Continental (actualmente conservatorio de música) que servía de alojamiento a los oficiales nazis también quedó destrozado. Unas 25.000 personas se quedaron sin hogar.

Un soldado alemán en primer plano, mientras Kiev arde en llamas tras las explosiones de las minas

Los nazis que no necesitaban de pretextos para asesinar, acusaron de inmediato a los judíos por haber detonado las explosiones cuando en realidad fueron activadas por radio control a 400 kilómetros de distancia por el Ejército Rojo. También les inculparon de formar parte de la temida NKVD, la policía secreta soviética, que persiguió, torturó y asesinó a miles de ucranianos. Para ello, contaron con la colaboración de una parte de la población de Kiev que creyó que los nazis les iban a liberar del yugo comunista, cuando realmente estaban cambiando la horca por la guillotina.

En el cable enviado a Berlín por los ocupantes se reconoció la existencia de unos 150.000 judíos en Kiev y se anuncia la ejecución de 50.000 de ellos al día siguiente, mayoritariamente mujeres, niños y personas mayores, pues un gran porcentaje de hombres se encontraba en el frente.

Esperaban ser evacuados

La mañana del 29 de septiembre 1941, miles de judíos se acercan desde el barrio kievita de Podil a la esquina de la calle Miller (ahora Melnikovska) y de Dorogozitska, a dos kilómetros del cementerio judío. Mujeres, ancianos, niños, enfermos en sillas de ruedas, se concentraron todos con sus abrigos de invierno o de piel, con sus maletas y con comida en cestas porque esperaban ser evacuados masivamente. Incluso corrió el rumor de que los trasladaban a Palestina. Ninguno de ellos era conocedor del deseo de Hitler de acabar con todos los judíos de Europa. Desconocían lo ocurrido en la “Noche de los cristales rotos” en 1938 en toda Alemania, o la esclavitud, sometimiento, humillación y reino del terror en que vivían los judíos en Polonia.

Judíos de Kiev, de camino a la muerte en Babi Yar

La idea de la muerte en masa no estaba en la cabeza de nadie. La multitud entonaba cánticos religiosos y avanzaba en fila lentamente por la calle Miller, entre la pared de ladrillo del cementerio judío -a la derecha- y una valla de madera -a la izquierda-. Al cabo de unos 200 metros se detuvieron en la calle Kagatnu (actualmente, familia Jojovic) donde tuvieron que dejar documentación y las joyas. La verdadera pesadilla estaba a punto de empezar.

Los alemanes comenzaron a empujar a los judíos para que estrecharan las filas. Avanzaban muy lentamente. Después de una larga caminata, llegaron a un pasillo formado por alemanes con porras policiales y sus perros. Los judíos empezaron a ser golpeados a la vez que los perros se lanzaban sobre quienes caían para persuadirlos a levantarse con sus ladridos. Pero la presión por detrás era creciente y los débiles y los heridos fueron pisoteados. Magullados y ensangrentados, entumecidos por la incomprensibilidad de su destino, los judíos salieron a un claro cubierto de hierba. Habían llegado a Babi Yar, por delante de ellos estaba el barranco, el abismo a la barbarie nazi. Sobre el suelo sólo quedaba ropa esparcida.

Milicianos ucranianos, supervisados por los alemanes, ordenaron a la muchedumbre que se desnudara. Los que se opusieron fueron agredidos hasta conseguir el despojo de sus prendas. La  gente desnuda, sangrando, no sabía dónde ir. Los gritos de histeria se adueñaron del ambiente. Otros enloquecieron por momentos.

Mujeres y niños, a punto de morir asesinados en Babi Yar

La multitud fue obligada a descender al interior del barranco o era empujada si ponía resistencia. En el otro lado de la cornisa, los alemanes se alinearon con sus ametralladoras. A los pocos segundos, comenzaron a disparar y asesinar vilmente a miles de inocentes, protagonizando así uno de los episodios más negros de la guerra.

El pelotón de criminales hacía turnos de una hora y luego era relevado para proseguir con la matanza. Las nuevas víctimas se amontonaban sobre los cadáveres y también eran disparados. De vez en cuando, los soldados alemanes y los milicianos ucranianos descendían al barranco, pisoteaban los cadáveres, se aseguraban de que estaban muertos, y los apisonaban para dejar más espacio a las nuevas víctimas de sus horribles actos.

Las víctimas fueron rematadas por los nazis en Babi Yar

Aquel 29 de septiembre, los nazis dispararon en Babi Yar a cerca de 22.000 personas. El 2 de octubre llegó un telegrama a Berlín desde Kiev donde se informaba de la ejecución de 33.771 de judíos los días 29 y 30 de septiembre de 1941. Entre los fallecidos también había unos 15.000 judíos deportados desde Hungría. Las ejecuciones se prologaron durante los siguientes 1, 2, 8 y 11 de octubre. En el siguiente vídeo se puede ver la recreación de lo ocurrido bajo el prisma del director de cine, Jeff Kanew, en su película Babi Yar (2003).

Récord de los asesinatos en masa

Estas cifras marcaron un récord en los anales de los asesinatos en masa. En Birkenau -campo de exterminio de Auschwitz– la capacidad total de las plantas con cuatro cámaras de gas y hornos crematorios era de 6.000 personas al día, mientras que en Kiev casi se triplicó la maquinaria asesina. Paul Blobel, responsable de la carnicería de Babi Yar, recibió por ello  la Cruz de Hierro del Führer.

Las pertenencias de los ejecutados fueron transportadas en camiones a la escuela de la calle Nekrasov, 4 para repartirlo entre los alemanes y “los pobres” de la ciudad.

La barbarie continuó durante muchos meses, pero nunca más a ese ritmo. El 3 de noviembre de 1941, el comandante del Einsatzgruppe C informó que alrededor de 75.000 judíos habían sido fusilados en Babi Yar. Sin embargo, se quejó de que el “problema judío” aún no estaba del todo resuelto.

Los asesinatos también se cebaron sobre la población no-judía. Los nazis acabaron con la vida de los llamados comisarios políticos, saboteadores y partisanos. Mataron a más de 600 nacionalistas ucranianos, a los que al principio habían alentado. Fusilaron a un grupo de marineros de la flota del río Dnieper y a varios futbolistas del Dinamo de Kiev, quienes previamente habían derrotado al equipo del ejército alemán en el llamado “partido de la muerte”. Mataron a los gitanos. A los periodistas de “Palabra de Ucrania”. A la poetisa Olena Teliga y su marido. Mataron a los 752 pacientes del hospital psiquiátrico de Pavlovskaya y acabaron con la vida de las personas hambrientas que hicieron fila dos veces por la misma comida.

No se conocen las cifras exactas, pero cerca de 100.000 personas fueron asesinadas en Babi Yar en los 12 meses siguientes.

Sólo unos pocos pudieron fingir la muerte con la esperanza de salvar la vida y escapar. Fue el caso de la actriz teatral Dina Mironovna Pronicheva quien luego testificara contra los criminales de Babi Yar en los Juicios de Nuremberg. Sólo se conoció el caso de otros dos supervivientes. La artista fue quien relató años más tarde los horrores acontecidos al escritor Anatoly Kuznetsov quien los incorporó a su novela “Babi Yar. El vértigo del terror” (Barcelona. Dima. 1967).

Soldados alemanes inspeccionan entre los restos de ropa de las víctimas

Los perpetradores de tal masacre no fueron otros que los integrantes del Batallón Policial 45, con policías profesionales alemanes, jóvenes y reservistas, entrenados profesionalmente para un trato brutal hacia los judíos.

Cuando dicho Batallón Policial 45 había llegado dos meses antes a la ciudad ucraniana de Shepetovka, su comandante, el mayor Besser, fue requerido por el jefe del Regimiento Policial del Sur, el coronel Franz. Franz le dijo a Besser que, por orden de Himmler, los judíos de Rusia tenían que ser aniquilados y que su Batallón Policial 45 tenía que participar en esa labor. En pocos días el batallón había matado a los varios centenares de judíos que quedaban en Shepetovka, mujeres y niños incluidos.

En agosto, habían continuado las masacres de tres cifras en varias ciudades ucranianas. En septiembre el batallón facilitó cordón, escolta y tiradores para la ejecución de miles de judíos en Berdichev y Vinnitsa.

Las brutales actividades del batallón alcanzaron su punto culminante en Kiev, pero siguieron llevando a cabo ejecuciones menores (Jorol, Krementschug, Poltava) hasta finales de año.

Según se evidencia en las fuentes alemanas, muchos de los miembros del Sonderkommando 4a sufrieron trastornos físicos y mentales, algunos buscaron refugio en el alcohol, y otros se suicidaron.

Impacto de la tragedia

La primera información sobre el asesinato en masa de los judios en Kiev llegó a Londres a través del telegrama 346 de 13 de noviembre de 1941 por parte de combatientes de la resistencia polaca en Lviv bajo el pseudónimo «Krakovyak».

El 26 de noviembre de 1941 en el periódico moscovita «Red Star» – el órgano central del Comisariado Popular de Defensa de la URSS – apareció un artículo con el título  “¿Qué está pasando en Kiev”, firmado por el mayor P. Stepanenka, donde se daba cuenta del número de víctimas y los hechos acaecidos.

Llegados al verano de 1943 y bajo la presión del ejército soviético que estaba a dos meses de retomar Kiev, cuando ya habían perecido cerca de 100.000 personas, Blobel dio la orden que se destruyera el mayor número de pruebas de sus crímenes y, entre ellos, claro estaba, Babi Yar. Para tal fin se creó una unidad especial denominada “Sonderkommando 1005”, dirigida también por el carnicero nazi, para desenterrar los cadáveres de los judíos y quemarlos en una pira.

Los prisioneros del campo de concentración de Syretsko fueron forzados a tratar de borrar las huellas de la tragedia

Centenares de prisioneros del campo de concentración de Siretsko fueron forzados a realizar esa ignominiosa labor a través de hornos improvisados con las lápidas del cementerio judío.

En la noche del 29 de septiembre de 1943, los prisioneros de Siretsko se amotinaron. Los presos redujeron a los guardias con sus propias manos, martillos y destornilladores que habían encontrado en las fosas de Babi Yar. Quince de ellos lograron escapar. Entre ellos se encontraban Vladimir Davіdov, quien más tarde sirvió como testigo en los juicios de Nuremberg, Fyodor Zavertanny, Kaper Jacob, Vilkis Filip, Leonid Kharash, I. Brodskiy, Leonid Kadomskiy, Budnik David, Yershov Fyodor, Steiuk Jakov, Semyon Berland y Kotlyar Vladimir. Una vez que los nazis se hicieron con el control de la situación, los 311 presos fueron ejecutados.

Una mujer llora ante el reconocimiento del cadáver de su marido en el campo de concentración de Syretsko

A partir de noviembre de 1943, la prensa occidental se hizo más eco de las matanzas de Babi Yar. Paul Blobel murió ahorcado en la prisión de Landsberg en 1951 tras el veredicto del Tribunal de Nuremberg, justo diez años después de los hechos.

Paul Blobel en los juicios de Nuremberg

Censura soviética

El férreo control informativo que la dictadura soviética impuso sobre sus territorios provocó que buena parte de los crímenes cometidos por los nazis y por los comunistas sobre civiles o militares de ambos bandos cayeran en el limbo del olvido hasta la caída de la URSS a primeros de los 90.

La amnesia que se guardó hacia las víctimas de los nazis en Babi Yar y sus familiares llevó al poeta ruso Yevgeny Yevtushenko escribir en 1961 unos versos para los que Dmitri Shostakóvich compuso una lúgubre sinfonía:

[column size=»1-2″]No existe monumento en Babi Yar;
sólo la agria ladera. Y tengo miedo.
Hoy me siento un judío en el desierto
que de Egipto escapó. Me crucifican
y mis manos conservan los estigmas.
Me parece ser Dreyfus, condenado,
al que juzgan, escupen, encarcelan;
pero de pie resiste la calumnia
y el grito filisteo.
[/column] [column size=»1-2″ last=»1″] Con la punta de sus sombrillas en mi rostro
vejan mi indefensión mujeres que se acercan
con vestidos de encaje de Bruselas.
O también soy un niño en Bielostok.
De pronto estalla el pogromo.
La sangre derramada cubre el suelo.
Los que huelen a vodka y a cebolla
salen de la taberna y gritan todos:
«Mata judíos: salvarás a Rusia» (…)
[/column]

Hubo quienes durante casi 50 años pretendieron borrar de la memoria el recuerdo de Babi Yar porque el número de víctimas había sido en su mayoría judía y no comunista y, al menos, consiguieron que en los países occidentales pocos supieran de este lugar. Hubo apagón informativo. Y eso también fue un crimen.

Por ejemplo, las autoridades comunistas, con el fin de cambiar la fisionomía de la zona, construyeron una presa para convertir Babi Yar en un lago, levantaron la calle Olena Teliga justo donde los nazis tenían el campo de concentración de Syretsko, abrieron la estación de metro de Dorogozichi en otro lugar de las matanzas, y se consintió la colocación de un repetidor de televisión cuya colocación de pilares supuso el hallazgo de miles de huesos humanos. Pero en 1961, el dique de la presa se rompió y murieron ahogadas cerca de 2.000 personas, si bien oficialmente sólo se reconocieron 146. Los kievitas creyeron que eso había sido fruto de la venganza de las almas de las miles de personas fusiladas por los nazis. Las autoridades soviéticas trataron en vano de reescribir la historia y ocultar las cifras. Lo que sí hicieron fue rellenar el barranco hasta nivelarlo.

Barranco de Babi Yar en Kiev

En 1968, y con el fin de adelantarse a la conmemoración judía, las autoridades locales organizaron un acto oficial en el que se hizo referencia a los muertos como “ciudadanos soviéticos, rusos, ucranianos y otros». En 1972, 27 judíos fueron arrestados por colocar flores sobre el terreno de Babi Yar. Fueron condenados a 15 días de cárcel. Un año más tarde, alrededor de un millar de ellos se presentó en el lugar, pero la policía prohibió cualquier ceremonia religiosa y prohibió incluso las velas conmemorativas. Cinco personas fueron arrestadas por asamblea ilegal.

En 1974, el gobierno soviético se decidió a colocar una placa en memoria a los muertos en Babi Yar, pero sin ninguna referencia a los judíos, tan sólo a “las víctimas del Fascimo”, y a más de un kilómetro donde los crímenes se produjeron. Dos años más tarde se erigió el monumento que corona lo que queda del barranco, pero dedicado en general a las víctimas soviéticas.

Hubo que esperar a 1991, 50 años después, para que el gobierno ucraniano, soberano e independiente de Rusia, rindiera de verdad homenaje a la víctimas con toda clase de placas conmemorativas y la construcción de monumentos en memoria de los judíos asesinados.

Un hombre se lamenta ante la Menorá de Babi Yar en Kiev

Ahora, 72 años después, la paz existente en Babi Yar es un finísimo velo incapaz de soslayar el eco de los gritos, del desgarro, de las escenas de pánico y de terror, de los sollozos de los niños y de sus madres, el desconsuelo de unos padres. El dolor se asentó para siempre en esta zona y hoy se expresa a través de un intenso frío que atiza la conciencia de quien lo visita*.

*Este artículo es  mi modesto homenaje a las 100.000 víctimas de Babi Yar y sus familias que permanecieron en el olvido durante cincuenta años y cuyos hechos debieran ser conocidos por todos nosotros para nunca olvidar las graves consecuencias de la intolerancia.