Serendipia, vaya palabra más extraña. En alguna ocasión la había escuchado, pero no había reparado bien en ella. Ha sido la lectura del libro “The Power of Pull” de John Hagel, John Seely Brown y Lang Davison (“El Poder de la Tracción: cómo pequeñas movidas hechas de modo inteligente pueden poner grandes cosas en movimiento”) el que me ha llevado a reflexionar más sobre ese término y a recapacitar sobre su verdadero alcance.

El término serendipia es un anglicismo derivado de serendipity, creado por el polifacético autor británico, Horace Walpole, hace 350 años a partir de un cuento tradicional persa llamado “Los tres príncipes de Serendip”, donde sus protagonistas, unos príncipes de la isla Serendip (nombre en árabe de la actual Sri Lanka), ponían solución a sus distintos problemas por medio de inusitadas casualidades.

La serendipia asume que muchas cosas de las que conocemos o vivimos son hechos fortuitos y que la clave está en estar preparados para ellos cuando éstos suceden. En nuestra vida diaria todos hemos sido testigos de episodios de serendipia. A la hora de encontrar un trabajo, de conocer a una persona, de ganar un premio, hacer un viaje, etc., pero donde la serendipia ha tenido especial incidencia a lo largo de la historia ha sido en la ciencia.

Este término se empleó mucho en sus orígenes para luego caer en desuso. No fue hasta la comedia romántica “Señales de amor” (“Serendipity”, el nombre original) del director Peter Chelsom cuando recobró actualidad. Pero no es en este punto donde quisiera explayarme. Un encuentro fortuito puede ser el desencadenante para que una idea termine por convertirse en negocio.

Quien haya visto recientemente “La red social” entenderá mejor a lo que me refiero. Con la excepción del fundador de Napster, Sean Parker, y con gran olfato para los negocios, Mark Zuckerberg y Eduardo Saverin se convirtieron en ejemplo vivo de lo que recoge Ben Mezrich en su libro, Multimillonarios por accidente.

Zuckerberg y Saverin no encajaban dentro de los cánones sociales de la Universidad de Harvard. Tímidos, poco agraciados físicamente y sin apellidos ilustres, sus compañeros les daban la espalda y, con ello, se esfumaba toda posibilidad de relacionarse con el sector femenino del campus universitario. Resignados, se refugiaron en sus ordenadores y en sus clases de matemáticas. Dos auténticos friquies, en el argot, pero que a consecuencia de la serendipia crearon el mayor motor de interacción social de la historia.

Pero los efectos de la serendipia son bien visibles en el progresivo aumento de la concentración del talento alrededor del mundo. Cuando la gente más inteligente opta por vivir en un sistema de “espigas” en lugar de forma aislada en ciudades pequeñas o zonas rurales, se incrementa su tasa de descubrimiento, y será siempre más probable que se tropiecen con el factor suerte. Informáticos que viajan a EE UU, modelos de moda que se desplazan a Milán, artistas que buscan desarrollarse en Londres o Nueva York… Todas las áreas urbanas del mundo que quieran garantizar un futuro certero a sus ciudadanos, deberían incentivar el fomento de la serendipia.

Ya que hablaba del caso Facebook, esta red social no sería como hoy la conocemos sino se hubiera trasladado de Boston a Silicon Valley. Fue una decisión acertada de Zuckerberg que se encontró con la oposición de Saverin y lo que transcurrió después por todos es conocido.

“The Power of Pull” es un libro con un serio mensaje. John Hagel, John Seely Brown y Lang Davison dicen que el conocimiento se dispersa cada vez más y por eso es necesario recurrir a múltiples flujos informales de información para no quedarse fuera de la innovación.

Las personas con talento tienden a ir allí donde tienen mayor probabilidad de encontrarse con lo que necesitan con el fin de dar el siguiente paso. La serendipia también reúne al talento a través de las redes virtuales que son perfectas para concentrar a personas lejanas con intereses comunes.

La semana pasada pude participar en un encuentro estimulador de serendipia, en el Meetup Valencia, donde sin ninguna finalidad concreta se reúnen en un local mensualmente emprendedores extranjeros instalados en la ciudad y donde comparten sus proyectos así como sus aficiones.

Allí detecté iniciativas empresariales interesantes como las de Marja Beerens, Nevena Vujosevic y Robert de Mornay Davies. Asesoramiento a emprendedores extranjeros que quieren abrir su empresa en España, coaching a directivos o consultoría de marketing para empresas españolas con intereses fuera del país, fueron algunas de las actividades que allí se expusieron.

El encuentro con gente desconocida siempre ha sido una fuente de oportunidades, donde es cierto que el azar desempeña un factor relevante, pero gracias a las nuevas tecnologías como Internet, se propician reuniones casuales con amigos de amigos o compañeros de trabajo de otros colegas, incluso personas que nunca antes habías conocidos. Las redes sociales, como Facebook o LinkedIn, desempeñan un papel interesante en este proceso, creando nuevas relaciones y colaboraciones. Por ejemplo, si quieres saber qué es lo que otros no saben, necesitas estar con otras personas que ya lo sepan.

Los científicos sociales hablan de “lazos débiles” cuando la gente apenas sabe quién puede conectarse a nosotros desde ámbitos desconocidos. Sin embargo, las redes sociales contribuyen en el camino de la serendipia. La condición para que un encuentro casual rinda frutos es que se le sume una actitud abierta para desarrollar el proyecto y la habilidad para descubrir si la otra persona es la persona adecuada con la que embarcarse. Algo similar a lo que Zuckerberg y Parker en su primer encuentro.

Me parece correcto el argumento de los autores del libro: las tecnologías actuales, especialmente Internet, han socavado el caduco enfoque de arriba hacia abajo en los negocios, que los autores llaman “push”, ofreciendo a los individuos más poder para modelar su vida profesional.

Ahí fuera hay grandes oportunidades disponibles para las personas que quieran utilizar el “poder de la tracción”, un término que puede explicarse como “la habilidad de arrastrar a la gente y los recursos necesarios para abordar las oportunidades y desafíos”. Ellos proponen una estrategia basada en tres movimientos. En primer lugar, el enfoque de la gente adecuada (lo llaman el “acceso”). En segundo lugar, conseguir la gente adecuada para su enfoque (“tracción”). Por último, el uso de estas relaciones para hacer las cosas mejor y más rápido (“logro”).

Hagel, Brown y Davison sostienen que el cambio es más rápido y menos predecible que antes, la planificación tradicional de arriba hacia abajo es cada vez más complicada. Y dado que las cosas cambian tan rápidamente, el conocimiento es cada vez más disperso.

En lugar de recurrir a unas pocas fuentes estables y de confianza, los directivos de empresa harían bien en aprovechar todos los flujos de conocimiento informal. A medida que el conocimiento se dispersa, es menos probable que cada uno encuentre lo que busca en sus círculos tradicionales, por lo que sería más interesente en organizarse para aumentar las posibilidades de encuentros inesperados con otros individuos que tienen mucho que poder aportar.

Se ofrecen tres consejos. Uno de ellos es convivir cerca de brillantes agentes del cambio. El viejo sueño de que Internet permita a la gente desplazarse a una isla tropical o a un idílico paraje rural es improbable. Lejos de abandonar los centros de trabajo tradicionales, la gente creativa tiende a organizarse juntos en clústeres de lugares como Silicon Valley, Nueva York, Londres.

La segunda sugerencia es unirse al sendero del emprendedor israelí Yossi Verdi quien preconiza que cuando las industrias pasan por períodos de rápida innovación, existe un florecimiento de nuevas conferencias para ayudar a la gente compartir el conocimiento. Las conversaciones de pasillo de estos actos son a menudo más útiles que las propias exposiciones. Por ello, Vardi hábilmente entremezcla conferencias especializadas con otras más eclécticas.

El tercer consejo de los autores es hacer un mejor uso de las redes sociales en Internet, sobre todo para hacer contactos con gente nueva, para fomentar las conexiones entre personas con intereses similares, para aumentar, en definitiva, las probabilidades de encuentros inesperados que llevan a situaciones precisamente inesperadas.