Moratinos celebra con Gadafi su golpe de estado

El pasado mes de agosto ya dediqué unas palabras a lo que España estaba haciendo por las democracias en el mundo. Y no es una falacia de acento, ni una ironía. La presencia del ministro Moratinos en los fastos del 40º aniversario del golpe de estado de Gaddafi al lado de los Chávez, de los genocidas Mugabe (Zimbawe) y Omar Hassan al Bashir (Sudán) y otros dictadores ponen de relieve el seguidismo del gobierno socialista español con aquellos regímenes de pocos escrúpulos democráticos, poco respetuosos con los derechos humanos, donde se trata a los terroristas como a héroes nacionales, donde no hay elecciones libres, donde los partidos políticos están prohibidos, donde no hay medios de comunicación independientes, donde las persecuciones políticas y desapariciones forzosas son la tónica habitual, donde la homosexualidad está condenada con hasta cinco años de cárcel, donde las niñas violadas son recluidas en cárceles para evitar la “deshonra” a sus familias, etc.

¿Para cuándo el gobierno socialista de Zapatero dejará sus incoherencias de llenarse la boca defendiendo supuestamente los derechos civiles de unos y otros bajo el manto del socialismo y progresismo para sólo aquellos que viven entre nuestras fronteras? Es un sinsentido. Será que porque como los demás no votan aquí, no merecen ser tenidos en cuenta.

Las palabras de Moratinos en Trípoli, que he podido escuchar en TVE, fueron que “España mantiene unas excelentes relaciones con Libia”. Por supuesto, con Libia, con Cuba, con Venezuela, con Irán, con Guinea Ecuatorial, con Bolivia… Pero obvió condenar la dictadura de Gadafi o exhortar al respeto de los derechos humanos.

El ministro Moratinos se comporta más como el canciller de un país de la Conferencia de Bandung que de otro que quiere ganarse un puesto permanente en el G-20. Si el gobierno de Zapatero quería haber estado presente en esta pantomina, ¿no podía haber hecho lo que el Reino Unido que envió como representación al número dos de la embajada en Trípoli?, o lo que hicieron Francia, Alemania o Italia de ni siquiera enviar a nadie.

El eje vertebrador de nuestra política exterior se ha basado desde la llegada de Zapatero en la ambigüedad, en el doble sentido y en la indeterminación. Se pretende contentar a las dictaduras más execrables so pena de caer en la ofensa a las democracias, muchas de ellas vecinas nuestras en Europa.

La diplomacia requiere de unas sutilezas y de una destreza que el ministro Moratinos ha demostrado una vez más carecer.