Si hay algo que en los últimos tiempos deploro del Gobierno actual es el abuso de la palabra «prudencia». Cada vez que existe algo de lo que no quieren que se hable o prefieren salir en los informativos para no decir nada, el presidente, la vicepresidenta y sus ministros, apelan al comodín del lenguaje. La última ocasión en comprobarlo fue estos días cuando con motivo del anuncio del asesinato del cooperante francés, Michael Germaneau, de la Vega volvió a solicitarnos a todos que fuéramos «prudentes».

Entiendo que debido a que hay dos cooperantes españoles secuestrados en Mauritania, se debe medir mucho lo que se dice, pero resulta cansino que se nos trate a los españoles como a bisoñas criaturas incapaces de entender de aquello que se nos habla. Las familias de Roque Pascual y Albert Vilalta estarán al tanto de todo, supongo, pero la sociedad en conjunto merece explicaciones de un secuestro que va camino de los nueve meses.

Prudencia debería tener la vicepresidenta quien para salir airosa utilizó el argumento falaz de que como los secuestradores del francés no son los mismos que los de los españoles, éstos no corren peligro. Ese comentario fue del todo inoportuno, como también lo es cuando mientras para los demás nos reclaman prudencia, el presidente del Gobierno o sus ministros no tardan ni un minuto en salir para decir aquello que le conviene.

En este país, hemos tenido que ser discretos con el Estatut, con la reforma laboral, con las negociaciones con ETA, con el secuestro del Alakrana, con la crisis económica, con el paro…, es decir, se nos ha pedido que cometamos la imprudencia de mirar para otro lado.