¿Qué tienen en común un iPhone y la ola mundial de protestas ciudadanas?

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La estrategia de marketing del iPhone se caracteriza por ir dirigida al público más exclusivo dentro de la gran masa. Es decir, no podría compararse por su estrategia a productos supuestamente hermanos en el sector de la automoción, de la moda y del estilo de vida, de modo que quien usa un iPhone puede ser tanto una persona que tiene un coche de alta gama como quien sólo se mueve en transporte público porque no dispone de presupuesto para un automóvil. Esto es lo que hace que en sociedades en desarrollo se vean contados vehículos caros, pero sin embargo los iPhone abundan, sobre todo en las generaciones más jóvenes introducidas en el mercado laboral.

El iPhone se ha convertido en un producto que aliena a estos jóvenes de la realidad que les envuelve y les hace sentirse diferentes, sofisticados, más cerca de sus actores o cantantes favoritos, usuarios del iPhone, o de los miles de jóvenes de sociedades más opulentas a los que ven por televisión o en revistas.

Sin embargo, de la misma manera que el iPhone se convierte en un objeto de deseo para el que destinar el primer o segundo salario, también ha pasado a ser un motivo de frustración personal por el esfuerzo que representa su compra según donde se viva.

De hecho, a diferencia de otros productos como el Big Mac, que presenta precios diferentes, según el país de que se trate (de ahí el interés con que la revista The Economist lo introdujo para analizar la depreciación o sobrevaloración de las monedas nacionales respecto al dólar), el iPhone es un dispositivo que tiene el mismo precio por parte de Apple para cualquier país del mundo, variando solamente por los aranceles y los impuestos al consumo, como es el IVA.

Si profundizamos más este punto de vista y lo comparamos con el magnífico trabajo de UBS que habla de las horas necesarias de trabajo para poder comprar un iPhone, podremos ver que hay una tendencia clara de que en las ciudades analizadas que exigen más horas de trabajo para poseer un iPhone se caracterizan curiosamente por haber vivido protestas ciudadanas en los dos últimos años en contra de los gobiernos, a favor de reformas políticas o para combatir la corrupción.

Conocidos son los casos, mediáticamente sea dicho, de las protestas recientes de Estambul o Rio de Janeiro, pero como puede verse en el gráfico que acompaña a este post, en todas las ciudades sombreadas en violeta se han producido diferentes manifestaciones contra la clase política gobernante.

La capital de Filipinas, Manila, la ciudad que requiere 435 horas de trabajo de una persona para dirigirlos exclusivamente a la adquisición de un iPhone, vivió en marzo diferentes manifestaciones contra el gobierno de Benigno Aquino porque según los allí concentrados poco han hecho para salir de la pobreza y por ofrecer una educación de calidad a los jóvenes, lo que provocó el suicidio de uno de ellos por no poder afrontar el pago de la matrícula.

Fenómenos similares se han reproducido en Nueva Delhi (369,5 horas), Yakarta (348,5 horas), Nairobi (292,5 horas),  El Cairo (290,5 horas), Caracas (271,5 h.), Kiev (266.5),  Sofia (247,5), Bucarest (229,5) y  Mexico DF (219,5 horas)

Estas son las diez ciudadades analizadas por UBS y bastante representativas de la oleada de manifestaciones ciudadanas que han llegado a poner a sus gobiernos al bordes del caos o lo han llevado directamente su disolución.

El elemento común de todos los indignados del mundo

El tiempo de trabajo que requiere comprar un iPhone en las ciudades y países mencionados contrasta en gran medida con países donde el esfuerzo personal y laboral es mucho menor. Ciudades y países que destacan por una paz social que no se vive en los casos antes analizados. Son los casos de  Miami, 32.5 horas; Sidney 32.5 horas; Chicago 32 horas; Luxemburgo 29.5 horas; New York 27.5 horas; Ginebra 23,5 horas; y  Zurich 22 horas.

¿Quiere decir esto que allí donde un iPhone sea más difícil de conseguir se va a romper la paz social? Este artículo representa una primera aproximación al fenómeno y se requeriría una investigación más profunda, pero sí que encuentro elementos comunes entre ambos. Los jóvenes, o no tanto, que ansían reformas democráticas lo hacen porque se ven inmersos en una espiral que no les permite evolucionar y mejorar sus vidas porque son sociedades sin igualdad de oportunidades para todos, con un gran peso de las elites políticas, militares o empresariales que anteponen sus intereses a los de la sociedad.

No soy un abogado de Apple ni de sus productos, ni pretendo afirmar que un iPhone sea el motor de las vidas de millones de personas, pero objetivamente reconozco el envoltorio de imagen y estrategia de marketing alrededor de un iPhone y lo que representa para millones de ellas. Por ello, de la misma manera que el iPhone implica el acceso a una sociedad de consumo y al imaginario mundo de la exclusividad, también hace resonar las duras condiciones de vida en estos países a los individuos, cuyas perspectivas no se han visto mejoradas por los dirigentes públicos, llevando al hartazgo y a la indignación de sus ciudadanos.