Veamos que ha ocurrido en los países que han vivido la Primavera Árabe. En Libia, en Egipto o en Yemen, desgraciadamente, no hay verdaderas democracias. Están mejor que Afganistán o Siria, pero peor que Túnez, el país donde empezó todo. Las autocracias han sido reemplazadas por cleptocracias, mejor dicho, cleptocracias electas que son regímenes nacidos de autocracias con gobiernos elegidos por la ciudadanía, pero que antes de crear instituciones que velen por la transparencia o la rendición de cuentas, convocan unas elecciones que malogran las transiciones.
En Túnez, Egipto, Yemen, Irak y Libia, hemos asistido al colapso de los estados “mujabarat”, palabra en árabe que se refiere a los servicios de inteligencia, pues dichos países no han sabido crear unos verdaderos servicios de seguridad regidos por la ley. Como hemos visto recientemente en Libia, esto ha abierto una brecha a los yihadistas.
El creador de la milicia islamista de Libia Ansar al Sharia (Seguidores de la Ley Islámica), Ahmed Abu Khattalah, figura actualmente entre los principales sospechosos del ataque a la embajada de EE UU en Benghazi, donde murió el embajador Christopher Stevens el pasado 11 S.
Mientras que hace un año en Libia una buena parte de sus líderes islamistas renunciaron a la violencia y anunciaron que buscarían sus objetivos a través de las reglas del juego político, Abu Khattalah rechazó unirse a ellos y ganó una buena reputación por su visión parecida a la de Al Qaeda.
De hecho, el ataque en Benghazi al embajador de EE UU, no fue un acto de violencia espontánea, sino una señal de que Al Qaeda está aumentando su presencia en la región en el período post-Gadafi.
La Primavera Árabe había sido analizada desde una perspectiva occidental ingenua y romántica, como un intento del pueblo por abrazar libertades y democracias, cuando realmente el vacío de poder creado en lugares como Libia o Yemen ha servido para que los grupos terroristas operen con total impunidad.
En el caso sirio, todos somos conscientes de las atrocidades de las fuerzas de Bashar Al Assad, pero ¿y qué hay de los rebeldes? Las redes salafistas ocupan un lugar importante entre ellos, sobre todo, las Jabhat al Nusra (El Frente de Apoyo) que pretende imponer un estricto estado islámico y ven la lucha en Siria como una batalla de los suníes frente a los alawitas, la rama chií a la que pertenece Al Assad.
Que los salafistas terminen imponiéndose, como algunos gobiernos occidentales temen, es otra cuestión. Ellos quieren parte del botín sirio, sobre todo después de que consigan derrocar a Al Assad.
En los países citados una parte considerable de los rebeldes consideran la lucha como parte de la yihad. Así, la Primavera Árabe se ha convertido en una carrera entre radicales y gobiernos cleptocráticos que tratan de organizarse, cuando aún no están preparados para gobernar bajo las reglas de la lógica política, bien diferentes de las lógicas religiosas.
Eso es precisamente lo que ha ocurrido en Mali, donde los efectos del derribo de Gadafi han impulsado el fortalecimiento de los leales a Al Qaeda, y como al igual que en Nigeria o Somalia, diversos grupos buscan la imposición de la “sharia”.
Los integrantes de Al Qaeda del Magreb Islámico deambulan actualmente entre Mauritania y Mali en una zona geográfica que ocupa un espacio mayor que el tamaño de la India. A eso hay que añadir el riesgo, como temen parte de los servicios de inteligencia de varios países, que una gran parte del arsenal antiaéreo que poseía Gadafi, haya salido del país y haya caído en manos de estos terroristas.
La preocupación de lo ocurrido hizo que el presidente francés, François Hollande, fuera de visita reciente a Senegal y República Democrática del Congo. En Senegal, se refirió a la situación en Mali como “reino del terror” con “amputaciones, mujeres violadas e inundado de armas”. De hecho, hay actualmente dos franceses secuestrados en Mali y otros cuatro en Níger.
A pesar de que Francia no quiere hacer el papel de “gendarme” post-colonial, su postura se ha ido endureciendo con respecto a Mali, que podría convertirse en la nueva Afganistán de África, y de este modo impulsó una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU para crear una fuerza militar africana que acabe con los rebeldes del norte de Mali.
Dicha coalición debería estar integrada por tropas del gobierno legítimo de Mali y otros estados asociados a la Comunidad Económica del Oeste de África (ECOWAS, en inglés). Sin embargo, las fuerzas militares de la región no cuentan con la capacidad suficiente para organizar una ofensiva y precisan del apoyo logístico y de los servicios de inteligencia de algún país más poderoso.
Los franceses parecen dispuestos a contribuir, pero han descartado el envío de tropas terrestres y los EE UU son reacios a implicarse con el envío de tropas, y prefieren un ataque con drones en la región como los realizados sobre Yemen, Somalia, Pakistán o Afganistán.
Francia sabe que si no se hace nada el Sahel podría convertirse pronto en un espacio vital para el desarrollo del terrorismo islamista.
Y eso cuando parecía los países occidentales habían aprendido la lección de Somalia.