Este pasado jueves tuve la oportunidad de asistir a la entrega del premio que el “think tank” británico, Chatham House, concede anualmente a aquel dirigente gubernamental que se ha destacado por su buen hacer en las relaciones internacionales. Este año dicho galardón ha recaído en el presidente brasileño, Lula da Silva.
De los discursos que pude escuchar en el Banqueting House, decorado con frescos de Rubens y a espaldas del número 10 de Downing Street, me quedo con el del ministro Peter Mandelson –número 2 de Gordon Brown-, con el de Lord Robertson y con el del propio Lula.
Durante la cena que presidía el duque de Kent, estuve sentado junto al embajador de Ecuador en el Reino Unido y con el cónsul de Brasil en Londres, que me reveló algunas de las claves del fenómeno Lula, conocido como el Obama de América Latina por su especial carisma. Me llamó mucho la atención que todas las palabras que pronunciaba el brasileño siguieran a pies juntillas el discurso del papel. Y es que Lula sólo improvisa cuando se encuentra ante su habitual auditorio conformado por gentes sencillas, trabajadoras y humildes de los barrios más populares de Brasil.
El de la noche del jueves, con unos 300 diplomáticos, políticos y empresarios, no se correspondía pues con la atmósfera que acostumbra a respirar. Aún así, y después de esta incursión en la crónica de ambiente, he de reconocer que admiro a Lula por su capacidad para demostrar al mundo actual que hay otra manera, y además efectiva, de hacer las cosas en América Latina. Lord Mandelson lo definió como “el epítome del nuevo internacionalismo”.
Tras años de un ambiente irrespirable, contagiado y plagado de chavismo, boliviarismo y conductas despóticas en América Latina, Lula es junto a Bachelet en Chile, el verdadero promotor de la estabilidad política en la zona.
Es cierto que me encantaría ver que estos dos dirigentes fuesen los auténticos aliados del gobierno español en su política exterior con América Latina, pero desgraciadamente no ocurre así. Me viene a la cabeza la frase que Zapatero espetó a Obama durante su encuentro en la Casa Blanca, recogidas por El País, y donde el español le vino a decir que la democracia en América Latina vive por un período de consolidación. No creo que haga falta enviar al presidente español los informes que Freedom House, Humans Right Watch u otros organismos han elaborado alertando del déficit democrático de una inmensa mayoría de los países latinoamericanos porque los debe conocer perfectamente aunque prefiera colocarse la pinza en la nariz y acudir él o su canciller a verse con los Chávez, Castros y demás personajes de dudosas convicciones democráticas.
Espero ver más abrazos a Lula, más abrazos a Bachelet…, más abrazos a quienes se lo merecen, más abrazos, en definitiva, a quienes luchan por el cambio, la justicia y la equidad evitando caer en la fácil tentación del populismo y la demagogia.
Con Lula, Brasil se ha integrado en la economía global y su labor en la reducción de la pobreza es destacable a través de innovadoras y responsables políticas económicas que han mantenido el equilibrio presupuestario y han evitado un aumento de la inflación. Ha demostrado además que la economía de mercado y el compromiso social son plenamente asumibles en Latinoamérica como también se ha visto en el resto del mundo.
«Demostramos que la redistribución de la renta podía ser un factor fundamental del crecimiento», manifestó Lula, quien hizo también un alegato del «estado democrático, con fuertes mecanismos de control y de participación social; un Estado capaz de encarnar el verdadero interés nacional».
Lula ha apoyado los objetivos y compromisos democráticos para su país. A diferencia de algunos de sus vecinos, como los ya citados de Chávez, Correa, Zelaya o Uribe, Lula no ha demostrado ese apego al poder de muchos de sus vecinos.
Como sentenció Lord Robertson, “durante mucho tiempo, quienes admiramos a Brasil nos frustrábamos al ver que los líderes anteriores a usted nunca desaprovechaban la oportunidad de desaprovechar la oportunidad».