Mis posts de este mes tienen un cariz particular. Como ya comenté a finales del mes pasado, y pese que hay quien me pide que vuelva a tratar temas de análisis de nuevas tecnologías, innovación y comentarios de actualidad, mi presencia en Kenia durante noviembre tiene ocupada mi cabeza en este país, en su situación y en sus gentes.
Hoy, sin ir más lejos, no estoy satisfecho. Estoy disgustado conmigo mismo y tengo mis razones. Este mediodía, en la sobremesa, los niños y niñas del Colegio Bella jugaron con un balón en condiciones, todo un acontecimiento para ellos, pues siempre lo hacen con pelotas improvisadas de papel y celo.
Decenas de niñas y niños se abalanzaron a seguir el balón en un país donde el fútbol capta el interés de los unos y las otras. Pero al rato tuve que dejar que las chicas sintieran sus minutos de gloria con el balón, pues sino no había manera de que pudieran acariciarlo, ante las patadas, empujones y embestidas de los impetuosos chicos.
Todo era un buen presagio que se truncó en el momento en que se me acercó Dorcas, una niña de 10 años, que me quería decir algo ininteligible ante el albedrío montado. No le di importancia. Al poco Dorcas se volvió a acercar a mí, y esta vez sí que pude enterarme de lo que le ocurría. Con sus ojos en lágrimas me dijo que no podía correr tras el balón, que se encontraba mal, que no tenía energía para poder hacerlo. Dorcas tenía hambre, desde ayer no había probado bocado. A Dorcas se le había pasado recoger su ración de ugali y kale del día en el colegio, anoche tampoco cenó y así llevaba 24 horas de un apetito que la estaba consumiendo.
A la pequeña necesitada de alimento, tratamos de encontrarle algo en la cocina, pero verdaderamente no había sobrado nada. De hecho, aquí nunca sobra nada. Un vaso de té caliente, el chai de los kenianos, era el único desahogo que quedaba en el colegio. Pensé entonces que lo más lógico sería comprarle en los alrededores algún tentempié, idea que se convirtió en ilógica cuando me desaconsejaron emprenderla porque eso supondría que mañana, los 200 niños y niñas de Bella vendrían a mí a pedirme comida.
No haber podido saciar el eterno apetito de Dorcas me tiene jodido. Me pregunto si hoy cenará. Si mañana desayunará. Quiero ir a visitar su casa para conocer la situación de sus padres. He pensado en llevarle mañana alguna vianda a escondidas de los demás. No sé qué hacer. Lo que sí puedo asegurar es que el ejemplo de Dorcas es el caso de cientos, miles realmente de menores que viven en Nairobi, pequeños hambrientos, faltos de esa bocanada de energía para poder crecer, vivir y jugar como niños que son.