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Política internacional

Apoyar a los buenos estudiantes de Nairobi

19 noviembre 2010 No hay comentarios

Bella School Nairobi

Hoy viernes, ha sido un día de visitas a cinco familias cuyos hijos estudian en el Colegio Bella de Nairobi. Acompañado por el director del colegio, Vincent, y por los respectivos niños, hemos ido visitando cada casa para conocer la situación real de cada familia y ver de qué manera se les puede ayudar para que sus hijos puedan seguir con sus estudios de forma que la pobreza no suponga una condena de por vida.

Fredrick desea ser ingeniero aeronáutico. Sharon, a sus 7 años, desea ser piloto. Lo mismo que Barbra. Faith quiere ser música y Janet aspira a ser médico. Todos ellos sueñan con escapar de las garras de la pobreza que son bien patentes cuando el CO2 de las lámparas de keroseno, convierten en irrespirable la atmósfera.

Empezaré por referirme a Faith Muthoni. La fecha de nacimiento de ella nadie la sabe. Sus padres adoptivos celebran su cumpleaños el día en que la pequeña entró por vez primera a su hogar, el 22 de junio de 1998.

Para hablar de su padre, Duncam Wainaina, y su madre, Naomi Wanjiku, me faltan adjetivos y no me sobra ninguno. Es quizá una de las historias más impresionantes y más bellas que he escuchado aquí, pero que sin embargo aquí entra dentro de una normalidad que resulta cansina porque no es normal bajo nuestra mirada de «mizungu» procedente de país desarrollado.

Su madre me explicaba como encontró a la pequeña, a sus cuatro meses de vida, abandonada en el bosque de Ngong, cubierta por un paño. Naomi aún recuerda como lo pequeña Faith lloraba hasta que la cogió en brazos, y el calor humano, quizás de quien pensaba que era su madre, consiguió calmar a la niña.

Creo que no pudieron escoger mejor nombre para ella, Faith, Fe, la confianza en el éxito de esta niña de 12 años, brillante estudiante, que sus padres biológicos abandonaron a su suerte, mejor dicho la condenaron a morir, pero que gracias a un hallazgo casual, tiene unos padres y tres hermanos con los que convive ignorando por completo su verdadera historia.

La alegría de Faith invade los rincones de una chabola de cuatro metros cuadrados donde conviven todos los hermanos y los padres. La pequeña Faith se encargó esta mañana a primera hora de recoger los colchones y otros bártulos que había por medio porque había visita y querían recibirnos lo mejor posible.

La amabilidad, la generosidad y la hospitalidad son rasgos definitorios de los habitantes pobres de Nairobi. Pobres en lo económico y en lo material, pero ricos en todo lo demás.

Jorge Mestre con Janet y su madreEso mismo lo he vivido en la casa de Caroline Jemutén, madre de Janet Jebef, dispuesta a compartir su exigua ración de comida con el director de Bella, Vincent, y conmigo. Caroline tiene 32 años, pero la vida le ha castigado de tal manera que aparenta bastante más. Ella sola pelea diariamente por sacar adelante a su Janet de 13 años, y su pequeño Bromwell, de 9 años, trabajando como vigilante de seguridad. Su marido la dejó hace unos cuantos años por otra mujer.

Apenas se le dejaban entrever los ojos de Caroline, inundados de lágrimas, cuando le comuniqué que su pequeña ya tenía patrocinador para que pueda poroseguir sus estudios.Por sólo 180 euros al año, se va a salvar muchas vidas, las vidas de niñas y niños que si no estudian tienen un futuro muy oscuro porque les resultará imposible acceder al mercado laboral.

Fredrick Odhiambo es un chaval de 10 años que también promete. Es el penúltimo de una familia de cinco hermanos. Ferviente seguidor del Manchester, este niño es uno de los que más destacan en el Grado 5 de Primaria de Bella. Su mente es tan despierta que aprende enseguida.

No salgo de mi asombro como estos niños que viven en unas condiciones de grave pobreza, nunca, insisto nunca, se dan por vencidos. No me lo dicen, pero lo veo en su mirada. No están dispuestos a dar su brazo a torcer al fantasma de la miseria, pero para ello necesitan el apoyo de todos nosotros. Por la dedicación de 15 euros al mes, se puede conseguir mucho, ayudar a esta generación de niños y niñas que tienen que ser los artífices de sacar a su país, Kenia, del pozo. Es un dinero destinado a sus estudios, libros, calzado y ropa.

Quien esté dispuesto a saber más de alguno de ellos porque le interesa apoyarlo en su formación, puede mandarme un email a jorge(at)jorgemestre.com y le diré cómo puede hacerlo. Quiero también aclarar que los 15 euros al mes son íntegros para los menores, mejor dicho para que sus padres lo administren, sin los costes burocráticos de ninguna organización de por medio como suele ocurrir en otras ocasiones.

Pero no quiero parecer indecoroso con los otros 45 niños de Bella que en este viaje al que le quedan dos semanas me resulta muy difícil visitar, pero que requieren del respaldo de gente como tú que estás leyendo estas líneas y que quizás piensas lo mismo que yo, que chavales y chavalas que se esfuerzan por estudiar, por crecer y por ser gente honrada, se merecen nuestro apoyo. Ellos no han tenido la fortuna de haber crecido en nuestro país. Si no fomentamos la educación de estos niños, seguiremos perpetuando la existencia de capas de pobreza en las sociedades subdesarrolladas.

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Written by: Jorge Mestre
Política internacional

Cuando dar de comer resulta ilógico

16 noviembre 2010 No hay comentarios

Mis posts de este mes tienen un cariz particular. Como ya comenté a finales del mes pasado, y pese que hay quien me pide que vuelva a tratar temas de análisis de nuevas tecnologías, innovación y comentarios de actualidad, mi presencia en Kenia durante noviembre tiene ocupada mi cabeza en este país, en su situación y en sus gentes.

Hoy, sin ir más lejos, no estoy satisfecho. Estoy disgustado conmigo mismo y tengo mis razones. Este mediodía, en la sobremesa, los niños y niñas del Colegio Bella jugaron con un balón en condiciones, todo un acontecimiento para ellos, pues siempre lo hacen con pelotas improvisadas de papel y celo.

Decenas de niñas y niños se abalanzaron a seguir el balón en un país donde el fútbol capta el interés de los unos y las otras. Pero al rato tuve que dejar que las chicas sintieran sus minutos de gloria con el balón, pues sino no había manera de que pudieran acariciarlo, ante las patadas, empujones y embestidas de los impetuosos chicos.

Todo era un buen presagio que se truncó en el momento en que se me acercó Dorcas, una niña de 10 años, que me quería decir algo ininteligible ante el albedrío montado. No le di importancia. Al poco Dorcas se volvió a acercar a mí, y esta vez sí que pude enterarme de lo que le ocurría. Con sus ojos en lágrimas me dijo que no podía correr tras el balón, que se encontraba mal, que no tenía energía para poder hacerlo. Dorcas tenía hambre, desde ayer no había probado bocado. A Dorcas se le había pasado recoger su ración de ugali y kale del día en el colegio, anoche tampoco cenó y así llevaba 24 horas de un apetito que la estaba consumiendo.

A la pequeña necesitada de alimento, tratamos de encontrarle algo en la cocina, pero verdaderamente no había sobrado nada. De hecho, aquí nunca sobra nada. Un vaso de té caliente, el chai de los kenianos, era el único desahogo que quedaba en el colegio. Pensé entonces que lo más lógico sería comprarle en los alrededores algún tentempié, idea que se convirtió en ilógica cuando me desaconsejaron emprenderla porque eso supondría que mañana, los 200 niños y niñas de Bella vendrían a mí a pedirme comida.

No haber podido saciar el eterno apetito de Dorcas me tiene jodido. Me pregunto si hoy cenará. Si mañana desayunará. Quiero ir a visitar su casa para conocer la situación de sus padres. He pensado en llevarle mañana alguna vianda a escondidas de los demás. No sé qué hacer. Lo que sí puedo asegurar es que el ejemplo de Dorcas es el caso de cientos, miles realmente de menores que viven en Nairobi, pequeños hambrientos, faltos de esa bocanada de energía para poder crecer, vivir y jugar como niños que son.

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Written by: Jorge Mestre
Política internacional

Los niños de Nairobi, los niños de Bella

8 noviembre 2010 1 comentario

Colegio Bella
Una de las cosas que más maravilla de Kenia es que aquí sí hay sociedad civil. En este país la gente no vive aletargada esperando que llegue “papá” estado a sacarle de sus problemas cotidianos porque saben que no lo hará. ¿Cómo lo va a hacer con un presupuesto de 1.000 millones de dólares y una población de 40 millones de habitantes? No se trata de hacer demagogia, pero la riqueza de alguien conocido por todos como Amancio Ortega, el dueño de Inditex, es 25 veces el presupuesto de Kenia. Y sólo he citado el caso del propietario de Zara, pero por poner otros ejemplos, el patrimonio de Carlos Slim y Bill Gates equivale al presupuesto estatal de Kenia para un siglo de vida.

Otro pequeño huérfano de BellaHago referencia a ello para poner en perspectiva la situación dado que las cifras dichas fríamente sólo provocan le indiferencia. Lo que se vive en Nairobi no se va a solucionar ni hoy, ni la semana que viene, ni en el 2015, y me temo que tampoco en otros países del entorno.

Habrá quien se imagine que aquí la sanidad es gratuita, pues no. Habrá quien se piense que la enseñanza también será gratuita, tampoco. Habrá quien crea que el acceso a los bienes de primera necesidad, agua y electricidad por citar dos, están al alcance de todos, menos aún. Es normal, de todos modos, que un gobierno con un presupuesto de 1.000 millones de dólares no pueda garantizar la protección de sus ciudadanos, y menos aún si tenemos en cuenta que un 15% del dinero lo destina a la erradicación de enfermedades que siguen vigentes como la malaria, sida o hepatitis.

El club de la miseria de Paul Collier es el equivalente como posteé ayer a los campos de concentración del siglo XXI, condiciones inhumanas para millones de personas atrapadas en el remolino de la pobreza que las absorbe, machaca y castiga hasta matarlas.

Aquí hay sociedad civil porque si no fuera por la iniciativa de decenas, cientos de personas, oriundas de aquí, miles de niños no tendrían acceso a la educación primaria. El más de un centenar de colegios públicos, dependientes del gobierno, viene a costarle a las familias aproximadamente unos 200 euros al año, más los costes de uniformes, más libros escolares, más material. Si alguien quiere que su hijo vaya al instituto a cursar bachillerato, debe hacer frente a 500 euros anuales, y en el caso de la Universidad se multiplica su coste por dos.

En una sociedad con 24 millones de personas viviendo con 0,70 euros al día, quién lo va asumir. Por eso, la aparición de escuelas de educación primaria a iniciativa de particulares por todo el país, desprovistas también de agua, luz y comida, es una constante.

Bilha Azenga tiene 61 años y ejerció de profesora en uno de los colegios del gobierno durante cerca de 30 años. Tras su jubilación se decidió impulsar y dirigir Bella Rehabilitation School, un colegio para los niños de edades comprendidas entre los 3 y los 15, que acoge unos 200 niños de los barrios más pobres de Nairobi, como Kibera, Ngando, Githembe, Kimbo, Congo, Kawangwave y Kabiria.

Pequeña de Bella en la cocinaLos niños son huérfanos en su mayoría de padre, con madres enfermas de Sida, seropositivos ellos también, pero han encontrado en Bella ese rayo de esperanza que Bilha les ha puesto en el camino para que se formen, abandonen la calle y se conviertan en el futuro de este estado que les parió en la miseria.

Kevin, de ocho años, vive junto con Bilha y su hija Lydia desde que fue adoptado por ella hace seis años. Se lo encontraron abandonado a su suerte, sucio y magullado, en la puerta del colegio. Desde aquel momento, este pequeño de sonrisa juguetona, vio la luz. Y como él, los otros nueve niños que viven permanentemente en Bella, los niños de Bella a los que me refiero en el título de este artículo.

Otra de las mayores dificultades a la que los profesores tienen que hacer frente diariamente es la distracción de los niños. Pero no son niños que se distraen con el estuche del compañero de mesa o porque jueguen con el lápiz o el cuaderno. No. Están distraídos porque tienen hambre, llevan muchos de ellos sin comer casi un día, y el estómago y el cerebro reclaman con tanta insistencia alimento para mantener el ritmo diario de todo niño, que no les permiten concentrarse.

Niños en clase del Colegio Bella“Teacher, I’m hungry”, profieren a su profesor o profesora. El problema añadido es que el colegio apenas tiene recursos más que para preparar esa masa blanca maciza que es el “ugali”, alimento oficial en Kenia y que diariamente salva millones de vidas, y un poco de repollo rehogado. No existen los almuerzos, ni las meriendas.

Decidimos ir al supermercado. Compramos sacos de azúcar, aceite, soja, arroz y harina de maíz. El ticket de compra no llega a los 40 euros, pero es cantidad suficiente para dar de comer a los cerca de 200 niños de Bella durante un mes.

Otra de las dificultades con el alumnado es que una gran mayoría no están registrados, no están en ningún archivo del gobierno, sus padres no fueron al registro civil y, por tanto, no tienen derecho a nada debido a esta invisibilidad. Esto ha sido precisamente uno de los objetivos del centro para este curso que está a punto de finalizar.

Por Bella ya han terminado la educación primaria más de 150 niños desde su apertura en el año 2000, lista con nombres y apellidos que Bilha, su hija Lydia y el director general, Vincent Jumba, exhiben con orgullo por las paredes de su despacho hecho a base de chapas metálicas y de madera, como el resto de las aulas.

A los niños no parece importarle si sus bancos de madera que recuerdan una época pasada son incómodos o si sus aulas son verdaderos barracones insalubres, porque con el interés que muestran en las clases exhiben su actitud ante la vida. Desde bien pequeños son conscientes de que en Bella se encuentra la llave de su futuro y que una buena educación les puede sacar de la miseria si persisten en ello.

Cuando llega la hora del recreo todos juegan con todos, los de 4 años con los de 15, los de 7 con los de 14 y así sucesivamente, aunque hoy mi presencia les ha roto la rutina de los últimos días. Todos quieren ser fotografiados, preguntarme cosas, requieren mi atención, y como les cuesta pronunciar la “j” y la “g” de mi nombre, empiezan a llamarme “chai”, acrónimo del “teacher” inglés.

Se interesan en preguntarme si este martes voy a ser profesor de ellos. Quedan dos semanas para terminar las clases y un repaso antes de los exámenes puede ayudarles, así que mañana rescataremos las matemáticas para los pequeños de 8 años y el inglés para los de 14. Estoy contento de ser un “chai” más a partir de mañana en Bella.

Una mirada que lo dice todo

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Hola, mi nombre es Jorge Mestre. Soy profesor universitario de Relaciones Internacionales, periodista y analista de política exterior. Este es mi blog, donde subo mis artículos y cosas interesantes que leo o veo. No te pierdas mis novedades.

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