La cena del PP en Teulada que marca este viernes el inicio del curso político no está exenta, como debe ser en democracia, de la crítica por parte de los partidos de la oposición. Lo que si no procede es el contenido de las diatribas, más propias de la prensa del corazón y de ciertos programas televisivos que sólo atienden a las presencias y a las ausencias, que de partidos políticos serios.
Sirva de ejemplo lo ocurrido esta semana y todo lo que se ha hablado de la boda real en Grecia y, por supuesto, muchas columnas han arrojado con fidelidad al morbo ciudadano cientos de palabras para referirse a la relación de la princesa Letizia con sus cuñadas, y si fulano y mengana no estuvieron presentes.
No está bien que los partidos políticos caigan en la frivolidad para criticar al partido gobernante porque saben muy bien qué es y lo qué no es relevante. Si Rajoy y De Cospedal acudiesen a dicha cena de hermandad, pero no hubieran lanzado mensajes de apoyo a la candidatura de Camps como ambos han realizado esta semana, ese hubiera sido el flanco abierto donde evacuar los zurullos verbales. Al no ser ese el caso, desgastar al rival lo soporta todo, y esa es una tendencia a la que los políticos españoles se han sumado en exceso durante los últimos tiempos.
Desconozco si los dirigentes socialistas que se han instalado en la anécdota para arremeter contra la cena de esta noche carecen de otros elementos de juicio para criticarla, porque si es así más me preocupa la existencia de políticos acríticos, sin discernimiento, que la ausencia de los dirigentes de Génova en Teulada.