Una de las cosas que más maravilla de Kenia es que aquí sí hay sociedad civil. En este país la gente no vive aletargada esperando que llegue “papá” estado a sacarle de sus problemas cotidianos porque saben que no lo hará. ¿Cómo lo va a hacer con un presupuesto de 1.000 millones de dólares y una población de 40 millones de habitantes? No se trata de hacer demagogia, pero la riqueza de alguien conocido por todos como Amancio Ortega, el dueño de Inditex, es 25 veces el presupuesto de Kenia. Y sólo he citado el caso del propietario de Zara, pero por poner otros ejemplos, el patrimonio de Carlos Slim y Bill Gates equivale al presupuesto estatal de Kenia para un siglo de vida.
Hago referencia a ello para poner en perspectiva la situación dado que las cifras dichas fríamente sólo provocan le indiferencia. Lo que se vive en Nairobi no se va a solucionar ni hoy, ni la semana que viene, ni en el 2015, y me temo que tampoco en otros países del entorno.
Habrá quien se imagine que aquí la sanidad es gratuita, pues no. Habrá quien se piense que la enseñanza también será gratuita, tampoco. Habrá quien crea que el acceso a los bienes de primera necesidad, agua y electricidad por citar dos, están al alcance de todos, menos aún. Es normal, de todos modos, que un gobierno con un presupuesto de 1.000 millones de dólares no pueda garantizar la protección de sus ciudadanos, y menos aún si tenemos en cuenta que un 15% del dinero lo destina a la erradicación de enfermedades que siguen vigentes como la malaria, sida o hepatitis.
El club de la miseria de Paul Collier es el equivalente como posteé ayer a los campos de concentración del siglo XXI, condiciones inhumanas para millones de personas atrapadas en el remolino de la pobreza que las absorbe, machaca y castiga hasta matarlas.
Aquí hay sociedad civil porque si no fuera por la iniciativa de decenas, cientos de personas, oriundas de aquí, miles de niños no tendrían acceso a la educación primaria. El más de un centenar de colegios públicos, dependientes del gobierno, viene a costarle a las familias aproximadamente unos 200 euros al año, más los costes de uniformes, más libros escolares, más material. Si alguien quiere que su hijo vaya al instituto a cursar bachillerato, debe hacer frente a 500 euros anuales, y en el caso de la Universidad se multiplica su coste por dos.
En una sociedad con 24 millones de personas viviendo con 0,70 euros al día, quién lo va asumir. Por eso, la aparición de escuelas de educación primaria a iniciativa de particulares por todo el país, desprovistas también de agua, luz y comida, es una constante.
Bilha Azenga tiene 61 años y ejerció de profesora en uno de los colegios del gobierno durante cerca de 30 años. Tras su jubilación se decidió impulsar y dirigir Bella Rehabilitation School, un colegio para los niños de edades comprendidas entre los 3 y los 15, que acoge unos 200 niños de los barrios más pobres de Nairobi, como Kibera, Ngando, Githembe, Kimbo, Congo, Kawangwave y Kabiria.
Los niños son huérfanos en su mayoría de padre, con madres enfermas de Sida, seropositivos ellos también, pero han encontrado en Bella ese rayo de esperanza que Bilha les ha puesto en el camino para que se formen, abandonen la calle y se conviertan en el futuro de este estado que les parió en la miseria.
Kevin, de ocho años, vive junto con Bilha y su hija Lydia desde que fue adoptado por ella hace seis años. Se lo encontraron abandonado a su suerte, sucio y magullado, en la puerta del colegio. Desde aquel momento, este pequeño de sonrisa juguetona, vio la luz. Y como él, los otros nueve niños que viven permanentemente en Bella, los niños de Bella a los que me refiero en el título de este artículo.
Otra de las mayores dificultades a la que los profesores tienen que hacer frente diariamente es la distracción de los niños. Pero no son niños que se distraen con el estuche del compañero de mesa o porque jueguen con el lápiz o el cuaderno. No. Están distraídos porque tienen hambre, llevan muchos de ellos sin comer casi un día, y el estómago y el cerebro reclaman con tanta insistencia alimento para mantener el ritmo diario de todo niño, que no les permiten concentrarse.
“Teacher, I’m hungry”, profieren a su profesor o profesora. El problema añadido es que el colegio apenas tiene recursos más que para preparar esa masa blanca maciza que es el “ugali”, alimento oficial en Kenia y que diariamente salva millones de vidas, y un poco de repollo rehogado. No existen los almuerzos, ni las meriendas.
Decidimos ir al supermercado. Compramos sacos de azúcar, aceite, soja, arroz y harina de maíz. El ticket de compra no llega a los 40 euros, pero es cantidad suficiente para dar de comer a los cerca de 200 niños de Bella durante un mes.
Otra de las dificultades con el alumnado es que una gran mayoría no están registrados, no están en ningún archivo del gobierno, sus padres no fueron al registro civil y, por tanto, no tienen derecho a nada debido a esta invisibilidad. Esto ha sido precisamente uno de los objetivos del centro para este curso que está a punto de finalizar.
Por Bella ya han terminado la educación primaria más de 150 niños desde su apertura en el año 2000, lista con nombres y apellidos que Bilha, su hija Lydia y el director general, Vincent Jumba, exhiben con orgullo por las paredes de su despacho hecho a base de chapas metálicas y de madera, como el resto de las aulas.
A los niños no parece importarle si sus bancos de madera que recuerdan una época pasada son incómodos o si sus aulas son verdaderos barracones insalubres, porque con el interés que muestran en las clases exhiben su actitud ante la vida. Desde bien pequeños son conscientes de que en Bella se encuentra la llave de su futuro y que una buena educación les puede sacar de la miseria si persisten en ello.
Cuando llega la hora del recreo todos juegan con todos, los de 4 años con los de 15, los de 7 con los de 14 y así sucesivamente, aunque hoy mi presencia les ha roto la rutina de los últimos días. Todos quieren ser fotografiados, preguntarme cosas, requieren mi atención, y como les cuesta pronunciar la “j” y la “g” de mi nombre, empiezan a llamarme “chai”, acrónimo del “teacher” inglés.
Se interesan en preguntarme si este martes voy a ser profesor de ellos. Quedan dos semanas para terminar las clases y un repaso antes de los exámenes puede ayudarles, así que mañana rescataremos las matemáticas para los pequeños de 8 años y el inglés para los de 14. Estoy contento de ser un “chai” más a partir de mañana en Bella.