Visto desde la Comunitat la perspectiva es distinta y las cosas se ven con cierta lejanía. El pasado jueves uno habría deseado ser catalán de pro para vivir los acontecimientos desde cerca, para poder opinar sin ser criticado por “desconocer la realidad catalana”.
Abrir hasta doce periódicos distintos y encontrar doce editoriales idénticos no sucede todos los días. Pero la defensa de un Estatut libre y catalán lo merece. O eso nos han vendido.
La aprobación del nuevo Estatut de Cataluña, cuya resolución definitiva del Tribunal Constitucional no se hará esperar, alcanzó este jueves el punto álgido de la polémica, en una actuación de la prensa catalana que a estas alturas de la historia no puede calificarse más que, cuanto menos, de extraña.
La Vanguardia, AVUI, El Periódico,…y hasta doce cabeceras aliaron sus plumas para firmar un editorial conjunto, al que a lo largo de los días se han adherido otros colectivos públicos y privados. Grupos editoriales distintos y empresas de la competencia que aprovecharon el día de reflexión del TC ante su inminente resolución, que en muchos círculos se adelanta que no agradará las posturas nacionalistas de parte de la comunidad catalana.
El periodismo español, entendiéndose desde la etapa democrática, ha actuado como altavoz reivindicativo de algunas de las causas políticas, sociales y económicas más necesarias. Gozamos de una prensa sana, plural y divergente que garantiza dar voz a cualquier colectivo, ideario o forma de entender la vida siempre y cuando estos se enmarquen en la legalidad vigente. A eso nos dedicamos los periodistas. Y con más o menos criterio, se ha hecho razonablemente bien.
El periodismo catalán –injustamente generalizando, porque pese a los intentos de muchos aún quedan unos pocos que mantienen su libertad- han dañado el propio fundamento de la prensa y se ha convertido en adulador del poder y comisario de la Justicia.
Las amenazas implícitas en “el texto de los 12” son más propias de tiempos pasados y de sistemas de poder endebles. Mucho se debate estos días sobre las consecuencias de todo esto, sobre las posibles presiones a las que se ven expuestos los magistrados y, al fin y al cabo, sobre la resolución final del TC. Infinitamente más preocupante me parece a mí que hayamos llegado a un punto en el que el periodismo se convierte en altavoz del ideario político. Y sobre todo cuando se trata del imperativo del pensamiento único, que nos recuerda a épocas stalinistas en las que la palabra prensa se sustituía por el vocablo propaganda.
“La dignidad de Cataluña”, así titularon las cabeceras, pide respeto para la “voluntad ciudadana” y la voluntad catalana. Inmediatamente después, tilda a muchos de los miembros del Tribunal Constitucional de “irreductibles” y amenaza a la sociedad civil en varias ocasiones, advirtiendo de una posible confrontación con España y asegurando que, si es necesario, se articulará la “legítima respuesta”.
Ese mismo respeto cabe exigirse a los autores y seguidores del manifiesto. Es absolutamente innegociable el respeto a la armonía del funcionamiento jurídico. Y del mismo modo son despreciables las presiones a los órganos jurídicos.
La prensa independiente, la diversidad de ideas y la posibilidad de expresarlas nos han encaminado hacia la libertad democrática actual. Nadie más que un periodista, como es mi caso, va a defender la libertad de expresión y el pluralismo político. Sin embargo, resulta alarmante encontrarse con posturas tan absolutamente teledirigidas, poco honestas con los lectores y que evidencian una despreciable uniformidad al dictado de la clase política.