Imaginemos dos alumnos de 16 años, llamados Estanislao y Alejandro, que el año que viene cursan segundo de Bachillerato y que, por tanto, se juegan su paso a la universidad con el examen de selectividad por medio.
Estanislao y Alejandro son dos jóvenes normales a quienes les gusta disfrutar de las mismas actividades que a cualquier chico de su edad. Sin embargo, desde el punto de vista académico son completamente diferentes y a sus resultados me remito.
Alejandro es un chico aplicado que lo aprueba todo y con nota, porque es muy disciplinado en sus hábitos de estudio y no es de quienes se dejan todo para el final. Por ello, Alejandro reúne todas las aptitudes necesarias para poder acceder dentro de un año a la carrera universitaria que desee.
Al contrario de Alejandro, Estanislao lleva de cabeza a sus padres. No saben qué hacer exactamente con él para que pueda ser como dice su madre “un joven de provecho” con una carrera universitaria que le abra un horizonte laboral y personal deseado por cualquier padre o madre. Estanislao sí es de quienes se deja los estudios para el último día y así le va. Se entretiene con todo, con la televisión, con la consola, con tuenti y con cualquier otro ladrón de tiempo.
Sus notas académicas son totalmente mejorables y ponen en peligro su paso no sólo a segundo de bachillerato, sino a la selectividad y la Universidad.
El padre de Estanislao, de nombre Mariano, ha sido convocado a una reunión por el tutor de su hijo para tomar una decisión respecto al próximo curso, es decir, analizar juntos si es conveniente repetir curso o, por el contrario, pasar con el resto de sus compañeros al siguiente nivel.
El tutor asegura que si bien su hijo no está preparado para pasar de curso, a lo mejor repasando duro en el verano, sacrificando las vacaciones familiares, un cambio en los hábitos de estudio, limitar sus salidas con amigos y prácticas deportivas, así como incorporarle un profesor particular todos los días durante dos horas, podrían quizás conseguir que Estanislao se ponga ya no al nivel de Alejandro, sino al mínimo necesario para aprobar segundo de bachillerato y afrontar posteriormente la selectividad.
La otra alternativa es hablar seriamente con Estanislao y plantearle que la opción preferible es repetir curso. Aunque eso suponga tener nuevos compañeros, y ser el mayor de la clase, podría darle la dosis de confianza necesaria para que sin necesidad de dejarlo encerrado en casa estudiando hasta las tantas, pueda progresar más a su ritmo que al que lo hace Alejandro.
Mariano, padre del chico, está en un dilema. “¿Qué hacemos?”, le pregunta a su mujer mientras casi dormitan. Ella está preocupada en presionar demasiado a Estanislao por todos los sacrificios que tendría que hacer y por pasar de curso sin estar realmente preparado para ello. Sabe que su hijo está capacitado pero teme, como buena madre, que apretar en exceso al joven podría tener consecuencias mucho peores a las que el tutor había planteado a Mariano en la reunión matutina.
“Mariano –le dice su mujer- toma tú la decisión que tú sabes que yo no hice la selectividad y sabes mejor de qué va eso”.
Mariano está impaciente por ver a su hijo en la universidad y finalmente se deja llevar por las palabras del tutor.
Sin embargo, Mariano obvia una cosa muy importante. La capacidad de Estanislao es limitada porque es un joven de 16 años, que necesita madurar bastante, y a quien no se le puede inocular las lecciones de matemáticas, química o física por mucho que Mariano esté impaciente por ver a su hijo con el resto de compañeros entrando en la universidad.
La decisión de Mariano resulta fatídica. Tanta obligación y tanta presión terminan por convertir lo que parecía una solución en un problema mayor aún. El rendimiento de Estanislao en el curso siguiente será nefasto. Le faltarán horas de sueño, le sobrarán imposiciones, le faltará salir al cine con los amigo, le sobrará tanta penitencia, y lo que es peor no accederá al selectivo, ni a la universidad.
Estanislao será un joven frustrado tras las exigencias de su padre y a quien siempre le reprochará haberle estrujado tanto para quedarse además a medio camino de las pruebas examinadoras que le hubieran abierto paso a la facultad. Sin embargo, Estanislao no abdicará en sus metas personales y conseguirá ganarse la vida honradamente igual que su antiguo compañero Alejandro. La única diferencia entre ambos, haber elegido caminos diferentes.
II
Todos nosotros conocemos de cerca a Estanislao y Alejandro, nombres ficticios para construir una parábola referida a España y Alemania.
Los economistas y los políticos tienden a manejar a los estados y a quienes vivimos en ellos como seres inertes similares a los chicles que toleran ser estirados por sus diferentes extremos para conseguir la forma que ellos desean. Pero se equivocan.
El alemán Friedrich Ratzel ya se refirió hace dos siglos a los estados como organismos vivos que necesitaban un entorno para seguir creciendo. Es conocida la metáfora de Ratzel comparando al estado moderno con la biología, y concretamente con las plantas o las personas, quienes necesitan un espacio vital (Lebensraum) para seguir creciendo.
Los estados también necesitan su “Lebensraum” para que sus individuos tengan su espacio vital de desarrollo, un horizonte personal donde nadie se sienta estrangulado y donde tenga posibilidades de valerse por sí mismo.
Pero en el punto en el que estamos actualmente, nada de esto me parece factible. Cada día que pasa hay una vuelta de tuerca más sobre el conjunto de una sociedad, la de los españoles, que lo único que quiere es prosperar, que la dejen en paz y poder salir adelante con sus familias.
Veinte años después del anuncio de un nuevo orden mundial por George Bush senior donde el fin de la guerra fría parecía también la conclusión de la idea de los estados-nación en favor de organismos supranacionales, al estilo de la Unión Europea, creo más bien que debe haber y, de hecho ya existe, una reivindicación absoluta del soberanismo en todas sus facetas porque el modelo que se ha pretendido imponer por parte de estados poderosos como Alemania o Francia en la UE colisiona con nuestros intereses y, sobre todo, con el estómago de los españoles.
Si no fuera porque podemos movernos libremente casi diría que España se ha convertido, junto con Italia, Portugal, Grecia e Irlanda, en una especie de ghettos económicos donde a quienes vivimos en ellos nos imponen unas condiciones de vida muy duras, irrespirables, que rozan o sobrepasan los insoportable y que están teniendo un impacto social tremendo.
El modelo de UE actual, nada democrático, donde las decisiones en lugar de emanar del parlamento europeo, lo hacen desde el despacho de la presidenta alemana, Angela Merkel, chocan de lleno con la idea de Unión Europea en la que aspirábamos estar.
¿Es eso verdaderamente lo que queremos todos nosotros? Merkel vela por los intereses de su país primero y por la estabilidad europea en segundo lugar. En España se nos vende que las durísimas medidas que están contribuyendo a la asfixia de los ciudadanos, a la caída del consumo, a que las empresas cierren, a que miles de personas queden en el paro, son necesarias. Pero, ¿por qué? ¿Acaso es dogma de fe?
Está claro que se han cometido errores, que nuestro sistema debe ser revisado, que muchos de quienes nos gobiernan o nos han gobernado han despilfarrado el dinero de todos, y ahora el peso de la responsabilidad cae sobre millones de familias, trabajadores y pequeños empresarios.
Parece que estar en el euro se haya convertido en patente de corso y quien lo rebata está cerca de rozar la herejía. Nadie se ha parado a pensar que los cinco países europeos que más acusan la crisis son precisamente aquellos que tienen al euro como moneda de curso legal, es decir, Portugal, Irlanda, Grecia, España e Italia. A otros países de la UE que no trabajan con el euro parece que no les ha ido nada mal dentro de lo que cabe, como son los casos de Suecia, Dinamarca, Polonia, Reino Unido, etc.
Por tanto, ¿por qué no se debate seriamente en el parlamento español y se somete a consulta a los ciudadanos las ventajas e inconvenientes de seguir con el euro? Los gobiernos de aquí, desde Zapatero a Rajoy, se han convertido en amanuenses de Angela Merkel y quieren ponernos al nivel de países como Alemania sin poder estarlo.
Como decía con la historia inicial, lo que es bueno para Alejandro no tiene porque serlo para Estanislao.