Jorge Mestre, con el Kindle. Foto: Xaume Olleros
Cada cambio tecnológico importante deja una huella en nuestra memoria que nos viene a decir que las cosas están cambiando. Todavía recuerdo algunos de estos momentos especiales, como la primera vez que hice clic en una página web; la primera vez que adquirí un vuelo a través de la Red; la primera vez que adquirí un libro por el mismo sistema; la primera vez que leí un periódico desde mi viejo iMac…, y la penúltima ocasión que experimenté una sensación similar fue cuando hace cuatro años tuve en mis manos mi primer Sony eReader que también había comprado en Internet.
A partir de ese momento, descubrí que esa clase de dispositivos poseían la clave para el futuro de periódicos, libros y revistas y decidí profundizar más en ellos. Inicié mis primeros contactos en Cambridge con los investigadores de la misma universidad que estaban desarrollando la empresa Plastic Logic encargada de lanzar un dispositivo capaz de leer toda clase de documentos incluidos los periódicos y posteriormente con otras empresas que poseían unos productos más orientados a libros con una navegación muy rudimentaria pero que tenían poco que aportar a los medios de comunicación en un asunto tan importante como el de la movilidad.
Precisamente la manejabilidad de los periódicos digitales siempre ha sido una de las barreras que ha habido que desafiar y superar. Sin ordenador, se imposibilita el acceso a la información, a pesar de la existencia de la navegación a través de móvil que hasta la llegada de las terminales de última generación no permitían lectura amigable alguna.
Hay quienes defienden a los periódicos tradicionales o libros por simples percepciones sensoriales, por el tacto o por el olfato, sin caer en la cuenta de los cambios que se están produciendo en la manera de leer, escribir y vender libros.
Fue cuando Amazon anunció la aparición de un nuevo dispositivo, bautizado como Kindle, cuando experimenté la sensación equivalente a la que he descrito líneas arriba.
Un aparato capaz de capaz de descargar periódicos y libros a través de Internet y sin necesidad de estar conectado al ordenador era justo lo que un periódico como Diariocrítico de la Comunitat Valenciana precisaba.
De aquello han pasado ahora dos años. Decidí iniciar los contactos con la empresa de Jeff Bezos porque eran y son quienes más han aportado junto con Google en la revolución que se vive en la industria de los libros y de la lectura. El objetivo era tener el primer periódico en español y de España dentro de la oferta del Kindle, y se ha conseguido.
Tras muchas horas de programación, tras muchas horas de dedicación y tras muchas horas de entusiasmo nos hemos anticipado a uno de los grandes cambios de la revolución digital. Mientras escribo estas líneas puedo confirmar, sin ocultar mi orgullo, que somos el cuarto periódico de fuera de EE UU con más suscriptores, por delante de cabeceras prestigiosas como Le Monde, The Independent o el Corriere della Sera.
Porque para acceder a las noticias hay que acceder a una suscripción que no llega a 7 euros al mes y si se quiere la edición de un único día sólo hay que abonar medio euro. Se trata de un interesante sistema de micropagos que posteriormente quisiera abordar.
Ahora lo que pretendo es compartir que ha supuesto el Kindle y que va a representar en un futuro.
Hace un par de meses que compré un par de los llamados Kindle 2 ó DX. Un día del pasado mes de agosto, sentado en una de las áreas de descanso del V&A Museum de Londres mientras leía la edición del día de Diariocrítico de la Comunitat Valenciana, un amigo me mandó el último libro para el Kindle de Don Tapscott, el autor de Wikieconomía, sobre como la generación de Internet está cambiando el mundo.
Todos estaremos de acuerdo si decimos que la lectura siempre ha sido un acto individual, solitario e íntimo, pero sólo hasta ahora, porque está llamada a convertirse en un fenómeno mucho más social que lo que pueden suponer hoy en día algunos de los fenómenos literarios de los últimos tiempos como Stieg Larsson o Joanne Kathleen Rowling.
Los cantantes aprendieron a evolucionar con la llegada de las nuevas tecnologías porque sabían que gracias a ellas podían vender más, como demostró iTunes, actor que desempeña un importante papel pedagógico en el consumo a la carta de los trabajos musicales.
Hasta ahora los libros parecían haberse quedado rezagados –exceptuando los canales de distribución- con respecto a muchos de estos cambios. Acostumbrados que estamos a manejar gigas y gigas de información no nos habíamos planteado el modo de administrar la fuente más valiosa de conocimiento que son las decenas de millones de libros publicados desde el siglo XV hasta nuestros días.
Puede ser que la razón haya que encontrarla en que el hipertexto localizado a través de buscadores no había propiciado un entorno cambiante. Sin embargo, hay dos hitos de los últimos años que apuntan lo contrario. Por un lado, el éxito del Kindle de Amazon y la digitalización de libros por parte de Google, capaz de ofrecer actualmente casi 10 millones de títulos, que si bien tiene algunos detractores, ha servido para introducir mayor competencia en el mercado.
Los datos que maneja Amazon aseguran que los usuarios de su Kindle compran ahora significativamente más libros que antes de tener el “gadget” y no es muy difícil de encontrar la explicación. La librería está detrás de ti, allí donde vayas. Un colega puede comentarte algo de un libro y en lugar de recordar que la próxima vez que vayas a El Corte Inglés lo adquirirás, te lo descargas al Kindle y listo. Esa es una de las razones por la que la empresa presidida por Isidoro Álvarez quiere también tener su propio Kindle.
Si la compra impulsiva es uno de los factores que más tienen que ver, también hay que pensar que para llegar a un libro uno puede estar leyendo una obra y a mitad de un capítulo se cita otra que también se acaba comprando.
Pensemos también que en un futuro tendremos a nuestro alcance la posibilidad de adquirir la bibliografía completa de cualquier libro que nos haya cautivado. O lo que es lo mismo, una tienda de libros interminable en nuestras manos, lo cual es una excelente noticia para la venta de libros y por qué no para la diseminación del conocimiento.
A ello añadiría que estos dispositivos electrónicos van a contribuir igualmente a la inmersión de los lectores en un mundo que hasta el momento no habían podido vivir.
Tengamos en cuenta que los libros digitalizados vivirán transformaciones similares a las que las páginas web han conocido en los últimos 15 años. Igual que nacieron los blogs podemos encontrarnos con fenómenos parecidos en los libros, donde cientos de lectores animados por la inspiración de determinados pasajes o capítulos se lanzarán a comentarlos abiertamente de modo cuando uno esté leyendo una página determinada de una novela, le aparecerán instantáneamente docenas de comentarios de lectores de todo el mundo, analizando y debatiendo el pasaje. Hilo al que nosotros nos podremos sumar. De este modo, ya nadie leerá solo nunca más. De un hecho privado se pasará a otro en red, donde un párrafo aislado se convertirá en la excusa para iniciar la conversación con decenas de desconocidos de alrededor del mundo.
Igual que hacen los internautas a la hora de elegir un hotel u otro, se decantarán también por los miles de comentarios que muestre Google para decidir si merece la pena la adquisición de un libro determinado. El buscador se convertirá en una máquina de promoción de ventas literarias.
Pero los cambios también se extenderán también a los sistemas de compra. Les ocurrirá lo mismo que a las canciones que se venden en iTunes. La adquisición de un capítulo por 99 céntimos de euro implica una ruptura con el modelo tradicional que todos conocemos, pero contribuirá a la venta de más libros. Pongámonos en la piel de los estudiantes universitarios que tienen que pagar cantidades excesivamente elevadas por algunos libros del que realmente sólo precisan unos capítulos y que en la mayoría de los casos acaban por fotocopiarlos para ahorrarse la diferencia.
Y así sucesivamente. Incluso las editoriales españolas se verán abocadas al mismo fenómeno que las editoras de prensa, que mientras el papel languidece, no les quedará más remedio que estar sí o sí en Internet. Curiosa ironía.