No se trata de una pregunta con doble intencionalidad. Este interrogante no cuestiona la posibilidad de que el recientemente fallecido Steve Jobs pudiera haber nacido en España, sino si el personaje, el empresario y emprendedor podría haber conseguido sus hitos empresariales desde España.
Esta pregunta podría ser contestada con vagas respuestas que no servirían para aclarar nada, pero por diversas razones sobre las que he estado reflexionando en los últimos días, me atrevo a decir que en España habrían pasado más de 20 años desde los que Jobs hubiera caído en desgracia.
Un autor de cabecera de políticos como Bill Clinton, me refiero a Malcolm Gladwell describió en su reconocida obra Outliers como algunos individuos alcanzaron el éxito a través de sus trabajos. En uno de los capítulos analiza el éxito de empresarios de las nuevas tecnologías como Steve Jobs y Bill Gates para decir de ellos que la línea de tiempo en la que ambos nacieron, a mediados de los años 50, les brindó una ventaja competitiva sobre el resto de emprendedores.
Pero aparte de las circunstancias de nacimiento y momento histórico, la ubicación y los factores externos también contribuyen hacia el éxito o fracaso de todo proyecto emprendedor, y en el caso de Steve Jobs, no hubiera sido lo mismo de haberse desarrollado en España.
Según el estudio del Banco Mundial Haciendo negocios 2011, en Estados Unidos se necesitan 6 días y 6 procedimientos legales para arrancar una empresa, comparado con los 47 días y 10 procedimientos legales que se necesitan en España. Pero no sólo eso. Los Estados Unidos es el quinto país del mundo donde más fácil resulta hacer negocios, o donde se puede triunfar como emprendedor. España queda a una larga distancia de dicho país al ocupa una poco meritoria 49ª posición, por detrás de países como Lituania, Armenia o Chile.
Y es aquí donde radica uno de los grandes males de nuestra economía. Estados Unidos es una sociedad que permite y capacita al inventor y al innovador; una sociedad que permite que hombres y mujeres materialicen sus sueños, transformando sus ideas en un nuevo negocio o incluso en una nueva industria que puede cambiar al mundo.
La economía estadounidense está basada en el capitalismo emprendedor. Hace 15 años, dos de sus más grandes multinacionales, Google y Facebook, no existían. Mientras que en Europa sólo el 5% de las empresas creadas en los últimos años forma parte de la lista de las mayores 1.000 corporaciones de la UE por capitalización bursátil, en EE UU esta cifra alcanza el 22%.
El país norteamericano ama a sus emprendedores y les concede las mayores recompensas que en ningún otro país del mundo. De hecho, muchos de los ciudadanos más ricos del mundo son emprendedores estadounidenses. Desde el clásico Bill Gates, al billonario más joven del mundo, Mark Zuckerberg, creador de Facebook.
Los jóvenes americanos son educados en los colegios con las historias de sus inventores, como Benjamin Franklin, o a sus innovadores y emprendedores, como Thomas Edison. La tremenda consideración con sus emprendedores tiene como consecuencia que muchos jóvenes americanos sueñen con ser el próximo Bill Gates o Steve Jobs.
El presidente Obama explicaba recientemente que lo que mejor que hacen en los Estados Unidos es transformar ideas en inventos e inventos en industrias. Esta ha sido una de las razones de la fortaleza económica del país en los últimos 200 años, la capacidad de tomar ideas y transformarlas en compañías e industrias nuevas.
Las empresas estadounidenses tienen una libertad inusual para contratar y despedir trabajadores, y sus ciudadanos tienen una fe en sí mismos inusual, basada en la idea de que su destino está en sus propias manos. Se sienten cómodos con la toma de riesgos, idea clave en todo emprendimiento.
Allí, las recompensas por el éxito pueden ser enormes y los castigos por el fracaso a menudo son triviales. En otros países, como España, la quiebra significa la muerte social. En Estados Unidos, particularmente en Silicon Valley, representa una insignia de honor.
Poco es conocido que los éxitos de Steve Jobs se edificaron sobre sus fracasos anteriores. En 1985, la industria del ordenador personal vivió una época de caída de ventas y las quejas en el interior de Apple sobre Jobs fueron en aumento hasta que el consejo de administración decidió despedirlo.
Quienes le visitaron días después describen que nunca le habían visto tan deprimido. A partir de entonces el fundador de Apple dudaba sobre qué hacer con su vida. Se planteó establecerse en la Unión Soviética para promover el uso del ordenador o incluso de entrar en política.
Pero por encima de todo, Jobs quiso demostrar que sus éxitos anteriores no habían sido hechos fortuitos. Tenía la esperanza de demostrar que podía hacerlo de nuevo. A partir de entonces ya son conocidas sus aventuras en NeXT, Pixar y su regreso a Apple.
La historia empresarial está llena de casos donde las segundas oportunidades demuestran que pueden merecer la pena. Thomas Edison naufragó en 10.000 experimentos antes de dar con el filamento ideal para su bombilla incandescente. Incluso Google, el gigante de Internet, ha tenido fracasos sonados. Ser emprendedor no tiene nada que ver con lograrlo a la primera, sino en volver a intentarlo.
En EE UU, un emprendedor tiene 3,75 fracasos de media antes lograr un triunfo. Aquí en España, la carrera de Jobs hubiera terminado cuando fue despedido de Apple. Todo el entorno lo habría tachado de fracasado, y es el miedo al fracaso una de las eternas asignaturas pendientes del modelo español que requiere cambios hasta en el sistema educativo para premiar y reconocer el esfuerzo.
En EE UU existe un entorno de políticas públicas que permite a los emprendedores tomar riesgos, crear empresas, e incluso fracasar sin arruinarse. Y es que tienen asumido que el fracaso es crucial para obtener éxito, porque allí existe una cultura fijada más sobre el aprendizaje que sobre resultados.
Si las personas que están al frente de un proyecto, como ocurre en España, deben pagar con su patrimonio personal tras un primer fracaso, ¿quién apostará por ser emprendedor? Por tanto, no nos llevemos las manos a la cabeza cuando conocemos estudios que afirman que un 72% de jóvenes desea ser funcionarios en España frente a un 4% que aspira a crear su empresa. Es la respuesta lógica a este sinsentido imperante en nuestra sociedad.
Urge por tanto cambios legislativos que limiten de verdad la responsabilidad de los emprendedores y no acaben por convertirlos en los paganos de la economía del país olvidando que el emprendedor es quién se juega su dinero, quien crea empleo y hace avanzar una economía.
La recesión se ha llevado por delante una de cada diez empresas que tenía este país hace cuatro años, a razón de 264 cierres diarios, con los perversos efectos mencionados que ello provoca en sus emprendedores.
Estoy convencido, por todo ello, de que habrá ahora más de un Steve Jobs en España, pero no se les facilita desarrollar su talento y ahí están, como otros tantos emprendedores frustrados que no pueden llevar a cabo sus proyectos por la represión de un sistema cortoplacista, miope, que se llena la boca de halagos hacia los emprendedores cara a la galería, pero que realmente vive obsesionado por el potencial recaudatorio de cada emprendedor antes que recompensar su capacidad de creación.
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