¿Cómo se puede occidentalizar un país tan grande como Rusia? ¿Un país donde durante más de tres siglos sus gentes no conocieron más estilo de vida que el suyo propio?
No es que crea en el determinismo como idea prevalente en la historia de los pueblos. Pero sí que además del entorno y la cultura, hay un elemento asentado en la psique colectiva, que marca algunas de las pautas del comportamiento en política doméstica y política exterior.
El caso de Rusia me recuerda al de otras sociedades cuya imposición a la fuerza de la democracia se ha demostrado nada efectiva. Isaiah Berlin publicó en 1953 su discurso, después convertido en el libro “Historical inevitability” en el que atacaba la idea de defender que la política internacional estuviera dirigida por fuerzas impersonales como la geografía, el entorno y la raza.
Sin embargo, es evidente que además de los factores mencionados, la psique influye en los acontecimientos futuros, aunque no sean determinantes. Defiendo la idea de un determinismo parcial nacido de la herencia del pasado, donde como dijo Raymond Aaron hay un “libre albedrío pero dentro de unos límites”.
Rusia tiene reservado un destino para los años venideros. Conocer su pasado es importante para anticiparnos y evitar otros errores cometidos.
Rusia no ha sabido nunca si es europea o asiática. Por esta razón, se siente, y es diferente de los países de la Europa occidental. En la Edad Media, Rusia, y en especial en Kiev y su imperio, se hallaban unidos a Europa por fuertes lazos, debidos a los vikingos, que llegaron del norte, y a Constantinopla, que ejerció su influencia desde el sur.
Sin embargo, las invasiones mongolas y, más tarde, la caída de Constantinopla, separaron completamente a Rusia de Europa que hicieron que se volviese de cara a Asia. Ni siquiera la enorme extensión territorial de Rusia bajó Iván III y, después bajó Iván IV, representó un auténtico contacto con Occidente. Por este motivo, ni el Renacimiento, ni la Reforma, cuyas influencias sobre los países occidentales no podrían ser subestimadas, produjeron el menor impacto en Rusia.
Los zares antes citados entendieron que tenían mucho que aprender de sus más adelantados vecinos occidentales y que la civilización occidental tenía también algo que ofrecer a Rusia; pero esos esfuerzos surtieron poco efecto y, durante el siglo XVI, Rusia volvió a dormirse en su atraso.
A finales del siglo XVII, cuando Pedro el Grande se convirtió en supremo zar de todas las Rusias, los moscovitas estaban horrorizados ante la idea de verse expuestos a las conductoras influencias de Occidente. De hecho, ningún zar había salido hasta entonces del país. Su objetivo fue occidentalizar a Rusia copiando, por ejemplo, la organización militar de Austria, los modales de Francia, la indumentaria de Inglaterra y la administración de Alemania. Quería destruir todos los testimonios del atraso de Rusia. Quería que está tuviese un aspecto nuevo, un aspecto moderno, un aspecto europeo. Decretó incluso el afeitado de las tradicionales barbas rusas.
Hace una semana, en su discurso sobre el estado del país, el presidente Putin habló de la decadencia de la civilización occidental y se atribuyó a sí mismo un papel como garante de los valores tradicionales. El dirigente ruso, contra lo que se cree en los países occidentales, representa una trayectoria lineal en la tradición rusa, que no hay que confundir a Boris Yeltsin, que pese a las expectativas marcadas supuso una verdadera anomalía porque se había encontrado un país en bancarrota, descontento con la política aperturista de Gorbachov, y que se topó con la oposición mayoritaria de los rusos.
El zar Pedro el Grande, no consiguió tampoco gran cosa en la occidentalización del pueblo ruso, hace 300 años. Fuera de su corte y de su inmediato círculo de influencia, sus decretos tuvieron poca eficacia. La razón de esto era muy sencilla; el pueblo ruso no se quería occidentalizar, quería vivir según su propio estilo. Fue el mismo quien quiso abrir su ventana permanente sobre occidente creando una nueva capital que se llamó San Petersburgo, para representar su nueva Rusia.
En San Petersburgo, la influencia de los extranjeros era más manifiesta. Allí los occidentales no estaban confinados en los arrabales de la ciudad como ocurrió en Moscú. El resultado de ello fue que San Petersburgo surgió como un oasis europeo en el interior de Rusia. A lo largo del siglo XVIII, sus familias nobles marcaron la pauta de la occidentalización hasta tal punto de que a finales de siglo, la mayoría de los nobles de la capital conversaban en francés más que en ruso.
La derrota de Napoleón en su invasión a Rusia hizo que este país se convirtiera en la salvadora de Europa, por lo que en el Congreso de Viena de 1815, Rusia se sintió feliz y cortejada por todos. En lo sucesivo, Rusia representó un papel vital en los asuntos europeos.
Sin embargo, al igual que ocurre la actualidad, Rusia no era totalmente aceptada por Europa. Su fuerza y poderío despertaban recelos y desconfianzas. Por consiguiente, se quiso fortalecer a Prusia y a Austria, para que dominasen en Europa Central, y Rusia tuvo que quedarse en la puerta, con una fuerza más aparente que real. Lo cierto es que Napoleón fue derrotado por la geografía y el clima rusos más que por un ejército militarmente superior.
A tenor de lo expuesto, Putin concede a su pueblo un excepcionalismo similar al que Iván III se otorgó cuando tomó el título de zar y adoptó el águila negra y bicéfala de Bizancio como enseña real. El zarismo acabó hace un siglo, por la propia evolución de la historia, para ser sustituida por unos gobiernos también autoritarios aunque ideologizados. Desde la caída del comunismo y, concretamente en los últimos quince años, se ha visto que el espíritu del zarismo había estado adormecido pero no eliminado hasta comenzar a resplandecer de nuevo en el siglo XXI. Pienso que quien suceda a Putin, asumirá los mismos retos que él y tendrá que ver más con él, que con cualquier otro modelo de presidente soñado por Occidente.
Las revoluciones en el arte e ideas del Renacimiento que marcaron una época llegaron muy tarde a Moscú a consecuencia del estancamiento sufrido durante dos siglos por la dominación de la Horda de Oro. En el siglo XVI volvió a ocurrir lo mismo. Rusia siempre fue un imperio y una de las potencias más atrasadas, sin el desarrollo económico, político o cultural de sus vecinos occidentales. Tan sólo adoptó las características externas de Occidente, pero si desde Pedro el Grande hace 300 años se ha resistido a avanzar en dicho camino, dudo que lo vaya a hacer alguna vez.