Lo visto esta semana en Ucrania, por un lado a una gran parte de ucranianos protestando por quedarse fuera de la esfera de influencia de la UE y, por otro a su presidente Yanukovich dando la espalda al clamor popular en la cumbre de Vilna, me llevan a escribir estas líneas que pretenden ir más allá de la simple reflexión de que Rusia haya ganado una batalla a la UE.
Veinticinco años han pasado desde la caída del comunismo y desde la descomposición de la URSS y el llamado “fin de la historia” que se alumbraba en la década de los 90 fue un simple paréntesis ilusorio para recuperar un estado devastado por el gobierno comunista y definir su siguiente fase en la historia.
La caída del comunismo y el abrazo parcial a la economía de mercado por parte de países que tuvieron durante el siglo XX un sistema económico tutelado por el estado nos vuelve a llevar progresivamente donde estábamos hace cien años y donde hemos estado durante siglos.
Rusia mantiene sus objetivos geopolíticos tradicionales y los proclama cada vez más abiertamente. Una vez ha recuperado sus fuerzas, tras la debilidad de la última década del pasado siglo, ejerce un impacto significativo sobre sus vecinos occidentales y orientales.
Criticar al presidente ruso, Vladimir Putin, por intentar desempolvar eslóganes y mensajes propios de la guerra fría supone desconocer la historia de Rusia desde los tiempos de Pedro el Grande porque Rusia vuelve a ser simplemente la que era y ha sido; sólo que ha tenido que adaptarse a una nuevas circunstancias en un mundo posmoderno sin necesidad de recurrir a una guerra civil como la que enfrentó a los bolcheviques y a los defensores del régimen zarista.
Imperio euroasiático
Rusia ha decidido no ser una democracia de corte occidental y ha optado por volver a ser un imperio euroasiático. Si uno atiende a los mensajes, consignas y símbolos nacionalistas enarbolados por el gobierno de Putin comprobará que son una combinación de estilos entre zar y secretario general del PCUS adaptados a la era de la imagen, al uso de técnicas de “soft power” y a la era digital. Putin sabe que es imposible ponerle barreras al campo y de poco sirve impedir, como hicieran sus antecesores de la URSS, la entrada de nuevos aires de influencia del extranjero.
Putin juega la segunda parte de los partidos importantes instalado en ese multilateralismo que tanta simpatía despierta en la conciencia colectiva, pero antes disputa la primera parte a puerta cerrada para poder salir exultante y vencedor de cada encuentro.
El dirigente ruso siempre ha sido un ferviente defensor del principio de no intervención en otros estados consagrando el principio de soberanía nacional, si bien se enfrentó hace cinco años a Georgia en su conflicto interno para apoyar a las repúblicas pro-rusas de Osetia del Sur y Abjasia.
Y en todo este proceso se encuentra el sustento a la política de Rusia respecto a Ucrania, un país que desde su independencia de Rusia a primeros de los 90 quiso rescatar todos sus valores nacionales, para construir su propio estado, pero que con los años se ha visto que sigue teniendo un altísimo nivel de dependencia de Rusia.
De los países reunidos esta semana en Lituania con las autoridades comunitarias, dos eran súmamente importante, Ucrania y Azerbaiyán. Ambos desempeñan el papel de pivotes geopolíticos extremadamente importantes.
Para colmar sus aspiraciones y ser un imperio euroasiático, Rusia necesita a Ucrania. Una Rusia sin Ucrania podría competir por un estatus imperial, pero sería un Estado imperial predominantemente asiático.
El factor clave que debe tenerse en cuenta es que Rusia no puede estar en Europa si Ucrania no lo está, mientras que Ucrania puede estar en Europa sin que Rusia lo esté. Por lo que los efectos de la decisión de esta semana del presidente Yanukovich serán dobles, para su país y para Rusia.
Consecuencias en Europa Central
La pérdida de independencia en la toma de decisiones de Ucrania mostrada por su presidente en el último mes tendrá consecuencias también inmediatas para Europa Central, al transformar a Polonia en el pivote geopolítico de la frontera oriental de una Europa unida.
La perdida de Ucrania fue muy grave para Rusia en 1991 desde el punto de vista geopolítico, ya que limitó drásticamente las opciones geoestratégicas de Moscú. La futura “reintegración” de Ucrania sigue siendo dogma de fe para muchos de los miembros de la elite política rusa.
La UE se ha equivocado con respecto a Ucrania. Debía de haber mostrador mayor ahínco para atraer Ucrania en su órbita. Creo que las autoridades comunitarias han olvidado rápidamente aquellas palabras de hace veinte años del secretario de Defensa de EE UU que destacaron como hecho innegable “la importancia de una Ucrania independiente para la seguridad y la estabilidad de toda Europa”.
¿Vuelve a crearse un telón de acero en Europa en las fronteras orientales de Polonia, Eslovaquia, Hungría, Rumanía y Moldavia? No existen los dos bloques ideológicos diferenciados y enfrentados de la Guerra Fría. Lo que ahora se levanta es un “telón dulce” que separa de nuevo a Europa en dos bloques, que cohabitarán de manera pacífica y dulce en apariencia pero que disputarán una guerra comercial con la progresiva acentuación de diferencias respecto a su concepción del mundo.