Esa es la eterna pregunta que ha vuelto a recobrar actualidad tras las declaraciones de la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, quien defiende la privatización de todas las televisiones autonómicas. Pero una cosa es lo que se dice desde el púlpito de la oposición y otra bien distinta cuando se gobierna.
Sin ir más lejos, aquí en la Comunidad Valenciana hubo un intento de llevarla cabo hace unos años, pero las sentencias judiciales en su contra provocaron el desistimiento.
Aún así, no se trata de hablar de RTVV exclusivamente, sino es el conjunto de todas las televisiones autonómicas las que deben ser replanteadas y reformuladas. No soy yo partidario de su privatización porque estoy de acuerdo en que los gobiernos tienen un papel irreductible en determinadas áreas, especialmente en aquellas que pueden mejorar la cohesión social y el sentido de comunidad, como pueden ser la provisión de sanidad pública, la enseñanza y por qué no las televisiones públicas.
Ahora bien, de eso a que tengamos que tener en España 26 canales de televisión regionales media más que un abismo. Las televisiones públicas autonómicas nacieron para dar cobertura a la idiosincrasia de cada región y dar respuesta a sus singularidades culturales.
Sin embargo, después de todos estos años se ha comprobado que dichos canales de televisión se han levantado para marcar diferencias, distancias, y dejar que sean las fuerzas centrífugas las que operen en lugar de las centrípetas. Por tanto, desde un punto de vista institucional, no me gusta centrar el debate en las propias televisiones, sino en los ejecutivos autonómicos, del color político que sean, que se han convertido en parte del problema y no en parte de la solución.
No tiene ningún sentido por ejemplo que Catalunya disponga de cinco canales, Galicia cuatro, y otras zonas, como la Comunitat Valenciana o País Vasco, cuenten con tres. En todas estas comunidades la existencia de los canales autonómicos cuesta por hogar más de 200 euros.
La casi treintena de canales públicos del ámbito autonómico entraron hace unos años en una espiral de maximización de presupuestos, de expansión en su tamaño y ser socialmente poco útiles, costándole a la sociedad más de los beneficios que le aportan.
A estas televisiones como empresas públicas les ha pasado lo que William Niskanen teorizó en los años 70 y recogió en su obra “Burocracia y gobierno representativo” (1971).
Las televisiones públicas han contribuido al engrandecimiento de las administraciones hasta un punto donde la única alternativa que le dejan a los gobernantes es la de seguir protegiéndolas bajo el manto paternalista y consentir que la deuda se abulte por segundos.
Así que el problema no está tanto en las mismas televisiones sino en la expansión que han consentido los gobiernos respectivos a las trece corporaciones autonómicas y que tendrán este año que hacer frente a la no poca desdeñable cifra de 1.800 millones de euros.
La solución no pasa tanto por el modelo BBC que está bien para una televisión de ámbito estatal, sino más bien el de la ARD de Alemania, el equivalente a la Forta española, pero con diferencias sustanciales. Allí se trata de una empresa mientras que aquí la Forta es una asociación y, realmente en España, la Forta únicamente sirve para llegar donde cada una de las televisiones autonómicas no puede hacerlo por sí sola como ocurre con la compra de series, películas, venta de publicidad o los derechos del fútbol. Después de ahí ya no hay más colaboración.
La ARD en Alemania aglutina a once canales de los diferentes estados y entre todos ellos vienen a alimentar la parrilla de televisión de todo el país en un trabajo basado en la cooperación y en la atención, por supuesto, a las sensibilidades de cada parte del territorio.
Me planteo lo mucho que ahorraríamos y lo que también se ganaría en eficiencia si realmente algunos de los canales que tienen las autonomías fueran sustituidos por uno o dos de ámbito estatal para ofrecer un modelo de televisión basado también en el trabajo conjunto de todas las televisiones autonómicas en lugar de funcionar a espaldas los unos de los otros como ha ocurrido hasta ahora. Yo creo que es ahí por dónde habría que empezar.