Esa es la pregunta que se hace el escritor senegalés Boubacar Boris Diop en la edición estadounidense de Foreign Policy. África es el patio trasero de Europa como América Latina lo es de España. Pero mientras que países como España no interfieren en los asuntos de estados soberanos como los de América, no ocurre lo mismo con Francia. De hecho, casi la mitad de los principales estados fallidos del mundo fueron en su día parte del imperio francés (Chad, República Centro Africana, Guinea y Haití). Y, por cierto, de los 150 estados fallidos, cuatro fueron territorio español en su día.
Los ejemplos que cita el autor se remontan a cuando el consejero del General Charles de Gaulle, Jacques Foccart, diseñó la política neocolonial en África basada en apuntalar a líderes africanos de confianza para Francia, algunos de ellos con nacionalidad gala. «De ese modo, Francia se aprovechaba de los recursos naturales, aunque fue un sistema que propició la corrupción y la inestabilidad», señala. (Muy recomendable, la película «Hotel Ruanda»).
Al mismo tiempo acusa a la política colonial francesa de haber sobrevivido a la Guerra Fría. Es decir, mientras Moscú y Washington se fueron retirando de sus áreas de influencia, los franceses siguieron entrometiéndose en los asuntos de sus ex-colonias. Así ocurrió el pasado año en Gabón, donde Ali Bongo emergió victorioso con el apoyo del presidente francés, Nicolas Sarkozy. Todo ello en un intento por desestabilizar y destruir los países africanos, sostiene el escritor senegalés, quien añade que los estados que se han negado a seguir la amistad con París, como Vietnam, Madagascar, Camerún y Areglia, han pagado su libertad con decenas de miles de vidas.
No obstante, y pese a que yo también estoy de acuerdo en que la colonización europea en África, explotación y posterior descolonización tuvo nefastas consecuencias, no se le pueden achacar todas las responsabilidades a los europeos. La cleptocracia, las guerras civiles, el nepotismo y la ausencia de rendición de cuentas, son algunas de las trampas que provocan que estos estados no evolucionen, tal y como también recogía Paul Collier en su extraordinario libro «El club de la miseria». Si miramos con lupa a Francia se debería hacer lo propio con Portugal en Angola y Mozambique, España en Guinea Ecuatorial, Italia en Etiopía o en Somalia, por citar algunos ejemplos.