Te contamos la última hora de los grandes errores estratégicos y tácticos que Vladimir Putin ha cometido en la invasión de Ucrania que han provocado un estancamiento de los avances militares rusos en la guerra de Ucrania y ha elevado la imagen de Ucrania y de su presidente, Volodimir Zelenski, en todo el mundo.
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vladimir putin Ucrania afirma haber matado más de 10.000 soldados rusos en los primeros diez días de la Guerra en Ucrania contra Rusia fruto de la invasión de las tropas rusas iniciada el pasado 24 de febrero. El creciente número de muertos podría dañar cualquier apoyo interno restante de Vladimir Putin para sus esfuerzos en Ucrania. La falta de suministros, la desorganización del ejército ruso y otros problemas logísticos ponen en aprietos la estrategia inicial del presidente ruso.
¿Cómo se puede occidentalizar un país tan grande como Rusia? ¿Un país donde durante más de tres siglos sus gentes no conocieron más estilo de vida que el suyo propio?
No es que crea en el determinismo como idea prevalente en la historia de los pueblos. Pero sí que además del entorno y la cultura, hay un elemento asentado en la psique colectiva, que marca algunas de las pautas del comportamiento en política doméstica y política exterior.
El caso de Rusia me recuerda al de otras sociedades cuya imposición a la fuerza de la democracia se ha demostrado nada efectiva. Isaiah Berlin publicó en 1953 su discurso, después convertido en el libro “Historical inevitability” en el que atacaba la idea de defender que la política internacional estuviera dirigida por fuerzas impersonales como la geografía, el entorno y la raza.
Sin embargo, es evidente que además de los factores mencionados, la psique influye en los acontecimientos futuros, aunque no sean determinantes. Defiendo la idea de un determinismo parcial nacido de la herencia del pasado, donde como dijo Raymond Aaron hay un “libre albedrío pero dentro de unos límites”.
Rusia tiene reservado un destino para los años venideros. Conocer su pasado es importante para anticiparnos y evitar otros errores cometidos.
Rusia no ha sabido nunca si es europea o asiática. Por esta razón, se siente, y es diferente de los países de la Europa occidental. En la Edad Media, Rusia, y en especial en Kiev y su imperio, se hallaban unidos a Europa por fuertes lazos, debidos a los vikingos, que llegaron del norte, y a Constantinopla, que ejerció su influencia desde el sur.
Sin embargo, las invasiones mongolas y, más tarde, la caída de Constantinopla, separaron completamente a Rusia de Europa que hicieron que se volviese de cara a Asia. Ni siquiera la enorme extensión territorial de Rusia bajó Iván III y, después bajó Iván IV, representó un auténtico contacto con Occidente. Por este motivo, ni el Renacimiento, ni la Reforma, cuyas influencias sobre los países occidentales no podrían ser subestimadas, produjeron el menor impacto en Rusia.
Los zares antes citados entendieron que tenían mucho que aprender de sus más adelantados vecinos occidentales y que la civilización occidental tenía también algo que ofrecer a Rusia; pero esos esfuerzos surtieron poco efecto y, durante el siglo XVI, Rusia volvió a dormirse en su atraso.
A finales del siglo XVII, cuando Pedro el Grande se convirtió en supremo zar de todas las Rusias, los moscovitas estaban horrorizados ante la idea de verse expuestos a las conductoras influencias de Occidente. De hecho, ningún zar había salido hasta entonces del país. Su objetivo fue occidentalizar a Rusia copiando, por ejemplo, la organización militar de Austria, los modales de Francia, la indumentaria de Inglaterra y la administración de Alemania. Quería destruir todos los testimonios del atraso de Rusia. Quería que está tuviese un aspecto nuevo, un aspecto moderno, un aspecto europeo. Decretó incluso el afeitado de las tradicionales barbas rusas.
Hace una semana, en su discurso sobre el estado del país, el presidente Putin habló de la decadencia de la civilización occidental y se atribuyó a sí mismo un papel como garante de los valores tradicionales. El dirigente ruso, contra lo que se cree en los países occidentales, representa una trayectoria lineal en la tradición rusa, que no hay que confundir a Boris Yeltsin, que pese a las expectativas marcadas supuso una verdadera anomalía porque se había encontrado un país en bancarrota, descontento con la política aperturista de Gorbachov, y que se topó con la oposición mayoritaria de los rusos.
El zar Pedro el Grande, no consiguió tampoco gran cosa en la occidentalización del pueblo ruso, hace 300 años. Fuera de su corte y de su inmediato círculo de influencia, sus decretos tuvieron poca eficacia. La razón de esto era muy sencilla; el pueblo ruso no se quería occidentalizar, quería vivir según su propio estilo. Fue el mismo quien quiso abrir su ventana permanente sobre occidente creando una nueva capital que se llamó San Petersburgo, para representar su nueva Rusia.
En San Petersburgo, la influencia de los extranjeros era más manifiesta. Allí los occidentales no estaban confinados en los arrabales de la ciudad como ocurrió en Moscú. El resultado de ello fue que San Petersburgo surgió como un oasis europeo en el interior de Rusia. A lo largo del siglo XVIII, sus familias nobles marcaron la pauta de la occidentalización hasta tal punto de que a finales de siglo, la mayoría de los nobles de la capital conversaban en francés más que en ruso.
La derrota de Napoleón en su invasión a Rusia hizo que este país se convirtiera en la salvadora de Europa, por lo que en el Congreso de Viena de 1815, Rusia se sintió feliz y cortejada por todos. En lo sucesivo, Rusia representó un papel vital en los asuntos europeos.
Sin embargo, al igual que ocurre la actualidad, Rusia no era totalmente aceptada por Europa. Su fuerza y poderío despertaban recelos y desconfianzas. Por consiguiente, se quiso fortalecer a Prusia y a Austria, para que dominasen en Europa Central, y Rusia tuvo que quedarse en la puerta, con una fuerza más aparente que real. Lo cierto es que Napoleón fue derrotado por la geografía y el clima rusos más que por un ejército militarmente superior.
A tenor de lo expuesto, Putin concede a su pueblo un excepcionalismo similar al que Iván III se otorgó cuando tomó el título de zar y adoptó el águila negra y bicéfala de Bizancio como enseña real. El zarismo acabó hace un siglo, por la propia evolución de la historia, para ser sustituida por unos gobiernos también autoritarios aunque ideologizados. Desde la caída del comunismo y, concretamente en los últimos quince años, se ha visto que el espíritu del zarismo había estado adormecido pero no eliminado hasta comenzar a resplandecer de nuevo en el siglo XXI. Pienso que quien suceda a Putin, asumirá los mismos retos que él y tendrá que ver más con él, que con cualquier otro modelo de presidente soñado por Occidente.
Las revoluciones en el arte e ideas del Renacimiento que marcaron una época llegaron muy tarde a Moscú a consecuencia del estancamiento sufrido durante dos siglos por la dominación de la Horda de Oro. En el siglo XVI volvió a ocurrir lo mismo. Rusia siempre fue un imperio y una de las potencias más atrasadas, sin el desarrollo económico, político o cultural de sus vecinos occidentales. Tan sólo adoptó las características externas de Occidente, pero si desde Pedro el Grande hace 300 años se ha resistido a avanzar en dicho camino, dudo que lo vaya a hacer alguna vez.
Lo visto esta semana en Ucrania, por un lado a una gran parte de ucranianos protestando por quedarse fuera de la esfera de influencia de la UE y, por otro a su presidente Yanukovich dando la espalda al clamor popular en la cumbre de Vilna, me llevan a escribir estas líneas que pretenden ir más allá de la simple reflexión de que Rusia haya ganado una batalla a la UE.
Veinticinco años han pasado desde la caída del comunismo y desde la descomposición de la URSS y el llamado “fin de la historia” que se alumbraba en la década de los 90 fue un simple paréntesis ilusorio para recuperar un estado devastado por el gobierno comunista y definir su siguiente fase en la historia.
La caída del comunismo y el abrazo parcial a la economía de mercado por parte de países que tuvieron durante el siglo XX un sistema económico tutelado por el estado nos vuelve a llevar progresivamente donde estábamos hace cien años y donde hemos estado durante siglos.
Rusia mantiene sus objetivos geopolíticos tradicionales y los proclama cada vez más abiertamente. Una vez ha recuperado sus fuerzas, tras la debilidad de la última década del pasado siglo, ejerce un impacto significativo sobre sus vecinos occidentales y orientales.
Criticar al presidente ruso, Vladimir Putin, por intentar desempolvar eslóganes y mensajes propios de la guerra fría supone desconocer la historia de Rusia desde los tiempos de Pedro el Grande porque Rusia vuelve a ser simplemente la que era y ha sido; sólo que ha tenido que adaptarse a una nuevas circunstancias en un mundo posmoderno sin necesidad de recurrir a una guerra civil como la que enfrentó a los bolcheviques y a los defensores del régimen zarista.
Imperio euroasiático
Rusia ha decidido no ser una democracia de corte occidental y ha optado por volver a ser un imperio euroasiático. Si uno atiende a los mensajes, consignas y símbolos nacionalistas enarbolados por el gobierno de Putin comprobará que son una combinación de estilos entre zar y secretario general del PCUS adaptados a la era de la imagen, al uso de técnicas de “soft power” y a la era digital. Putin sabe que es imposible ponerle barreras al campo y de poco sirve impedir, como hicieran sus antecesores de la URSS, la entrada de nuevos aires de influencia del extranjero.
Putin juega la segunda parte de los partidos importantes instalado en ese multilateralismo que tanta simpatía despierta en la conciencia colectiva, pero antes disputa la primera parte a puerta cerrada para poder salir exultante y vencedor de cada encuentro.
El dirigente ruso siempre ha sido un ferviente defensor del principio de no intervención en otros estados consagrando el principio de soberanía nacional, si bien se enfrentó hace cinco años a Georgia en su conflicto interno para apoyar a las repúblicas pro-rusas de Osetia del Sur y Abjasia.
Y en todo este proceso se encuentra el sustento a la política de Rusia respecto a Ucrania, un país que desde su independencia de Rusia a primeros de los 90 quiso rescatar todos sus valores nacionales, para construir su propio estado, pero que con los años se ha visto que sigue teniendo un altísimo nivel de dependencia de Rusia.
De los países reunidos esta semana en Lituania con las autoridades comunitarias, dos eran súmamente importante, Ucrania y Azerbaiyán. Ambos desempeñan el papel de pivotes geopolíticos extremadamente importantes.
Para colmar sus aspiraciones y ser un imperio euroasiático, Rusia necesita a Ucrania. Una Rusia sin Ucrania podría competir por un estatus imperial, pero sería un Estado imperial predominantemente asiático.
El factor clave que debe tenerse en cuenta es que Rusia no puede estar en Europa si Ucrania no lo está, mientras que Ucrania puede estar en Europa sin que Rusia lo esté. Por lo que los efectos de la decisión de esta semana del presidente Yanukovich serán dobles, para su país y para Rusia.
Consecuencias en Europa Central
La pérdida de independencia en la toma de decisiones de Ucrania mostrada por su presidente en el último mes tendrá consecuencias también inmediatas para Europa Central, al transformar a Polonia en el pivote geopolítico de la frontera oriental de una Europa unida.
La perdida de Ucrania fue muy grave para Rusia en 1991 desde el punto de vista geopolítico, ya que limitó drásticamente las opciones geoestratégicas de Moscú. La futura “reintegración” de Ucrania sigue siendo dogma de fe para muchos de los miembros de la elite política rusa.
La UE se ha equivocado con respecto a Ucrania. Debía de haber mostrador mayor ahínco para atraer Ucrania en su órbita. Creo que las autoridades comunitarias han olvidado rápidamente aquellas palabras de hace veinte años del secretario de Defensa de EE UU que destacaron como hecho innegable “la importancia de una Ucrania independiente para la seguridad y la estabilidad de toda Europa”.
¿Vuelve a crearse un telón de acero en Europa en las fronteras orientales de Polonia, Eslovaquia, Hungría, Rumanía y Moldavia? No existen los dos bloques ideológicos diferenciados y enfrentados de la Guerra Fría. Lo que ahora se levanta es un “telón dulce” que separa de nuevo a Europa en dos bloques, que cohabitarán de manera pacífica y dulce en apariencia pero que disputarán una guerra comercial con la progresiva acentuación de diferencias respecto a su concepción del mundo.
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Hola, mi nombre es Jorge Mestre. Soy profesor universitario de Relaciones Internacionales, periodista y analista de política exterior. Este es mi blog, donde subo mis artículos y cosas interesantes que leo o veo. No te pierdas mis novedades.
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